sábado, 8 de octubre de 2016

¿Ser o no ser padres? Esa es la cuestión

Estimados, comparto artículo que he publicado en la Revista “+psicólog@s”, de la Coordinadora de Psicólogos del Uruguay, titulado “¿Ser o no ser padres? Esa es la cuestión”. 
Pueden leerlo y dejar sus comentarios en esta entrada de mi blog. También puede leerse mi artículo y el número completo de la revista en el siguiente link: http://www.psicologos.org.uy/revistas/285_revista2016_setiembre.pdf



¿Ser o no ser padres? Esa es la cuestión

Nuestro país tiene una de las tasas de nacimiento más bajas, no solo de la región, si no del mundo. E incluso venimos en un nuevo descenso al respecto, según indican datos oficiales, a los cuales el lector fácilmente puede acceder en la red.
En tal sentido, cabe preguntarse respecto de las causas de este fenómeno -que en cierto modo condiciona varios aspectos de nuestra sociedad, entre ellos el que concierne a la parte productiva, en tanto el envejecimiento de la población y su insuficiente nivel de “reemplazo” repercute sobre el sistema de seguridad social. O sea, el problema demográfico es también un problema económico de primera línea. 
Entre las causas, que uno presupone que son múltiples y complejas, se puede ir de lo macro a lo micro. Así es que se puede comenzar por señalar que la ausencia de políticas públicas que estimulen la paternidad es un hecho clave y parece ser uno de los temas centrales a los que el gobierno debería apuntar e incorporar decididamente como problema a subsanar en su agenda social. En la otra punta, también parece evidente que las nuevas generaciones en edad fértil no sólo vienen postergando la decisión de ser padres, si no que directamente -tanto hombres como mujeres- es más frecuente que decidan no tener hijos, sobre todo en relación a lo que el proyecto de paternidad implica como contrapartida de proyectos vitales de alcance más “individualista”, por decirlo de algún modo. Para ser claros, cada vez más personas deciden no “complicarse la vida” teniendo hijos, en la medida que entienden postergarán tiempos y placeres vitales en curso o proyectados a futuro.
Por supuesto, en este asunto, parecen entrar en juego aspectos relacionados a cuestiones de clases sociales, a orígenes socioculturales. El nivel adquisitivo, en un país con bajos ingresos y que es, a su vez, sumamente caro, y aspectos de modificación de pautas culturales de género inclinan la balanza en contra del aumento de la natalidad.
Hace poco tiempo atrás, el vicepresidente Raúl Sendic manifestó públicamente su preocupación sobre el tema, remarcando el rol que juega la clase media, al señalar que “La clase media no se reproduce, mira televisión”, agregando que si bien hay políticas de apoyo a las clases bajas en relación a la temática, no hay ninguna que apunte a las capas medias. En tal sector de nuestra sociedad, los costos de vivienda, acceso a la salud y a la educación de los hijos, juegan un rol de freno. Sacar cuentas, hacer números, no suele ser un estímulo de cara a la paternidad.
A su vez, los sectores de menores ingresos siguen siendo quienes tienen más hijos, lo cual reproduce finalmente brechas de desigualdad social. Comparativamente, nuestra sociedad suma una mayor cantidad de niños nacidos en situación de pobreza, con el debido esfuerzo a posteriori de políticas sociales para intentar mejorar tal situación, punto de partida de un amplio número de nuestros niños. La ecuación resultante también supone un problema social y económico para el país. E implica un problema en términos educativos y culturales, que van de la mano de esa brecha generada. Los índices de justicia social -mejor dicho, de injusticia social- se ven claramente resentidos. El problema de la paternidad es, pues, también un problema de primer orden a nivel del campo de la filosofía política.
Y, con relación al aspecto cultural, cabe señalar al menos un punto clave: el nuevo rol social que las mujeres han asumido y comenzado a desempeñar en las últimas décadas. La maternidad ya no parece ser el horizonte primordial de “realización personal” que antes ocupaba, particularmente por una decidida incorporación al mercado laboral y el planteo de nuevos desafíos en lo que a “ser mujer” implica, que ha  supuesto un proceso de emancipación respecto de roles tradicionalmente asignados.
Fuera de estos aspectos descriptivos, el tema amerita reflexionar desde una mirada que aborde lo que ser padres implica, no solo a nivel de la responsabilidad que supone, si no desde lo que puede pensarse que motiva o no, en términos existenciales y psicológicos, a una persona a tener un hijo.
En tal sentido, mientras escribía este artículo, compartía en las redes las primeras líneas que iba esbozando y dos de las primeras respuestas que me llegaron resultan paradigmáticas: en primera instancia, un joven colega me apuntó que: “cuantas más opciones de vida tienen las personas, tanto en el conocimiento de su cuerpo como en la sexualidad sin compromiso, sumado al poco mandato social en cuanto a la paternidad, genera que las personas se sienten mas libres de hacer otras cosas además de tener hijos”. La idea de un mayor conocimiento de nuestra sexualidad y su libre ejercicio, en el marco de una sociedad que viene ganando terreno en materia de derechos sexuales y fomenta la idea de un proyecto de liberación personal respecto de los mandatos sociales establecidos en otras momentos de su historia, explica parte vital de la comprensión del tema.
A su vez, una joven maestra -refiriéndose al pasaje donde se señalaba cierto elemento individualista que podría estar incidiendo en la decisión de no tener hijos o tener pocos- me contestó que: “Mientras leía, pensaba que hay muchas personas que opinan precisamente lo contrario al respecto, que traer hijos al mundo es justamente un acto de egoísmo y de satisfacción personal”. O sea, las implicancias psicológicas y morales que el tema conlleva tanto refieren a una forma de trascender lo individual que puede implicar tanto la decisión de la paternidad como la de rechazarlo.
Ciertamente, como de antemano habrá advertido el lector, es un tema sumamente complejo. Pero, avanzando en algunas de las líneas que el tema sugiere, quisiera focalizarme en lo que se desprende de estos comentarios traídos a escena.
En ambos aportes, podemos encontrar un elemento en común: la paternidad pensada en términos de trascendencia del sujeto, sea para descartarla y liberarse del mandato social, sea para dejarla de lado bajo el argumento de no asumir un acto de egoísmo y colaborar en cierto modo con una sociedad “menos ombliguista” respecto del tema. O sea que aún desde puntos de vista que plantean la no asunción de la paternidad, la misma aparece en relación a su típica concepción de trascendencia vital del sujeto, pues se vislumbra incluso allí una pretensión de trascendencia personal fuera del histórico mandato social de “ir más allá de uno” a través del legado vital de un hijo (asunto que ha sido concebido incluso como una forma de trascender a la propia muerte). Emmanuel Lévinas planteaba el deseo de trascendencia como esencia de la subjetividad y colocaba a la paternidad como parte de ese deseo tan humano.
Quizás un punto de reflexión sobre esto último nos indique que hay una posmodernidad que ha variado ese idea de trascendencia de la subjetividad. Hay quizás una subjetividad que contempla menos la trascendencia a través de la otredad. O sea, una subjetividad más narcisista, que no se visualiza a sí misma en un otro -un hijo, por ejemplo- como un modo de trascender, de “inmortalizarse” a través de la vida puesta en otro sujeto. La misma posibilidad de creación de otra vida a partir de la nuestra, un acto que nos emparenta con la mismísima “divinidad”, ya no aparece como un elemento obvio de ese deseo que planteaba Lévinas, sino que el deseo es proyectado sobre la propia existencia sin ningún otro que certifique trascendencia vital alguna. Aquí, ahora y yo mismo, siendo creador de un proyecto vital que solo me atañe y me contempla a mí.
Sin embargo, esta misma postmodernidad es la que nos arroja miles y miles de casos de fertilización e inseminación artificial, miles y miles de solicitudes de adopción, de búsquedas obsesivas -en muchos casos- de alcanzar la maternidad y paternidad.
Como sucede con varios aspectos de este tiempo histórico que hemos dado en llamar postmodernidad, las caras son múltiples y cargadas de movimientos contrapuestos. Y ese doble movimiento que parece contraponerse tiene que ver con lo esencial de la paternidad, con un movimiento que va desde el yo al otro, en un ida y vuelta cuya complejidad refleja, en su aspecto más íntimo, lo que sucede también a nivel macrosocial: la intrincada relación entre un yo y un otro, entre un padre y un hijo, que siendo distintos son al mismo tiempo una unidad de trascendencia, y que es una lectura trasladable al vínculo entre el individuo y la sociedad, donde somos distintos y conformamos a su vez una unidad colectiva que nos trasciende como sujetos, pero a la cual aportamos de manera única. Somos y no somos nuestro hijo, somos y no somos la sociedad.
Al respecto, para desarrollar esto último, volvemos a recurrir a Lèvinas, quien señala que "El hijo no es solamente mi obra, como un poema o un objeto. No es tampoco, mi propiedad. Ni las categorías del poder, ni las del saber describen mi relación con el hijo. La fecundidad del yo no es ni causa ni dominación. No tengo mi hijo, soy mi hijo. La paternidad es una relación con un extraño que al mismo tiempo que es el otro... es yo: una relación del yo consigo que sin embargo no es yo. En este 'yo soy' el ser no es más la unidad eleática. En el existir mismo hay una multiplicidad y una trascendencia. Trascendencia en la que el yo no se transporta, porque el hijo no es yo; y sin embargo soy mi hijo. La fecundidad del yo, es su trascendencia misma. El origen biológico de este concepto, no neutraliza en modo alguno la paradoja de su significación y perfila una estructura que deja atrás lo empírico biológico" (Lévinas, Totalité et Infini. Essai sur l'Extériorité, M. Nijhoff, La Haya, 1961. Traducción al castellano de Daniel E. Guillot, Ed. Sigúeme, Salamanca, 2a ed., 1987, pag. 285).
Y agrega Lèvinas que "el hecho de ver las posibilidades del otro como vuestras propias posibilidades, de poder salir del recinto de vuestra identidad y de lo que nos es otorgado y que, sin embargo, es vuestro, he ahí la paternidad. Este porvenir más allá de mi propio ser, dimensión constitutiva del tiempo, se carga en la paternidad de un contenido concreto (...) No es preciso que quienes no tienen hijos vean en ello algún menosprecio; la filialidad biológica es tan solo la figura primera de la filialidad; se puede bien concebir la filialidad como relación entre seres humanos sin lazo de parentesco biológico. Se puede tener, con respecto al otro, una actitud paternal. Considerar al otro como su hijo es precisamente establecer con él esas relaciones que yo llamo 'más allá de lo posible'" (Lévinas, Ethique et infini, Fayard, París, 1982, p. 63)
La paternidad, pues, parece arrojarnos en brazos de una forma de la trascendencia en donde el existir en cuanto tal se torna doble. Somos en el otro, sin dejar de ser. La relación de paternidad inexorablemente va desde mí a otro, que en cierto sentido todavía es yo, pero que, a la vez, es totalmente otro.
Y es un “más allá de lo posible” que puede constituirse como un acto del ego pero que supone su propia aniquilación: quienes tenemos hijos hemos aprendido que hay allí una forma del amor que finalmente destruye las peores facetas de nuestro ego. Si hay un  impulso narcisista en tener un hijo, será, paradójicamente, el amor por ese otro que nos trasciende el que destruya minuciosamente la faceta narcisista de nuestra personalidad.
Pero quizás esto último sea una lectura idealizada y bondadosa de la paternidad, al menos para muchas personas donde ese ir “más allá de lo posible” sea una carga que no se está dispuesta a asumir, aun bajo la  consigna de eslóganes de trascendentalidad y amor supremo. Es que en tiempos donde existencialmente parece ser complicado lidiar con uno mismo, la paternidad suele ser vista con cierto recelo. Y es un desafío que con mayor frecuencia se viene postergando afrontar, al menos en nuestras tierras. Si para algunos esto puede ser leído en términos de una de las características del egoísmo e irresponsabilidad de la época o de la absoluta carencia de trascender más allá del ombligo, para otros puede ser un síntoma de madura responsabilidad, incluso con la sociedad y la especie misma.
Como reza el título shakesperiano del artículo: he ahí un dilema, he ahí la cuestión.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Como siempre, excelente profe! Me encantó la referencia a Lévinas.

Agustina

Zunilda dijo...

Está muy bueno Pablo, es un tema en el cual debemos reflexionar. Muchas veces esas parejas que deciden no tener hijos, conozco algunas y su propósito es "no traer hijos a este mundo violento" Además las parejas de clase media, no están estimulas para llevar a cabo la reproducción. Sin embargo se ayuda y se aumenta los nacimientos en sociedades pobres. A este paso, seguiremos teniendo una desigualdad difícil de corregir.

Patricia dijo...

Hola Pablo, gracias por la invitación a los eventos.
Ser o no ser padres, creo que depende de las expectativas de cada persona dentro de un contexto determinado; no creo que sea un acto de egoísmo en absoluto, todo lo contrario, es un acto de amor; los psicólogos y las distintas teorías debaten acerca del origen de ese niño que nace y que por ende convierte en padres a sus progenitores, ese acto de amor a veces no lo es tanto en función de que el embarazo se produce muchas veces en un momento en que no era esperado, pero aún así estuvo en el deseo, ya que esos progenitores se unieron en algún momento en torno al deseo de estar juntos. Pero más allá del origen está la realidad y veo que la charla apunta al tema socio, cultural, económico, etc .y la verdad es que me parece lamentable un comentario que anda por ahí en el cual alguien dice que no se ayuda a los padres de clase media a tener hijos, pues sin ánimo de ofender a nadie pregunto: somos tan incapaces que necesitamos ayuda para ser padres? hemos retrocedido de tal forma? seremos padres si el estado nos "da" algo? me hubiera gustado compartirlo con mis abuelos si estuvieran vivos para ver que piensan, pero lejos de evolucionar, retrocedemos, cada vez nos hacemos más dependientes de vacíos y ahí es que veo la patologización de la sociedad, haciendo una analogía con las "patologías del vacío".
Por otro lado todos sabemos que las políticas de Estado para enfrentar estos temas han fracasado ampliamente, la sociedad patriarcal que se instituyó ha generado más problemas que soluciones en detrimento de posibles nuevos padres y madres.
Saludos