lunes, 30 de marzo de 2020

La mejor de las pandemias


Comparto mi reciente texto, publicado en las agencias de noticias Agesor y Uypress, y en el portal Cooltivarte.

La mejor de las pandemias

La pandemia que aqueja al mundo –sobredimensionada o no, exagerada o no en cuanto a las medidas adoptadas por los gobiernos,  lo cual es un debate que aquí no pretendo dar- nos genera la indudable sensación de enfrentarnos a una situación límite, que se nos presenta bajo un carácter de fatalidad universal.
Bajo esa percepción extendida globalmente y en el marco de situaciones de aislamiento social, de cuarentenas decretadas en muchos países del mundo, nuestra cotidianidad se ve notoriamente afectada.  Nuestros hábitos se ven trastocados y el individuo deja de estar arropado por la mansa certidumbre que la amplia mayoría tiene respecto de sus días. En este contexto, que va camino a extenderse en su efectiva duración, comienzan -antes o después, en profundidades complejas o en superficies igualmente no habituales- a darse momentos de pensarnos un poco más, de replantearnos aspectos de nuestra existencia y de las personas que nos rodean, de reflexionar sobre el rumbo de nuestra sociedad (e incluso sobre el definitivo cambio de rumbo de nuestra civilización tal cual la conocemos, sumaría alguno con espíritu más extremo).
Ese pensarnos, ese evaluar el contexto, no necesariamente decanta en actitudes aplaudibles. Así, suelen emerger actitudes valerosas, solidarias, empáticas, afectas al bien común, tanto como actitudes mezquinas, egoístas, contándose con adeptos a sacar tajadas para su provecho, sin importarle en absoluto el otro (o los “otros” que no sean los “suyos”).
Las situaciones límites nos ponen, pues, a prueba, tanto en lo individual como en lo colectivo. Y, en ese sentido, no dejan de representar una oportunidad (y no un mero acto de oportunismo, si entendemos el asunto como es debido). Una oportunidad de trascendentalidad, diría Jaspers. La posibilidad de quedarnos “en la chiquita” o de mirar más allá de nuestro ombligo, diría yo, en un lenguaje menos académico.
Los momentos de sacudones importantes, esos que nos ponen en peligro, nos invitan a repensar nuestros comportamientos, a discernir sobre lo correcto o no de nuestro accionar, a reflexionar sobre lo que le conviene o no a nuestra comunidad y en qué medida podemos o no aportar en la tarea. O sea, es momento de la ética, de la irrupción en la escena pública -y desde la esfera más interior y privada del individuo- de nuestra responsabilidad en los dos planos ya mencionados: el individual y el colectivo.
Por ejemplo, en este marco sanitario, cuidarnos es también cuidar a los otros. Dejar caer económicamente a los que más sufren esta crisis es un modo de, a corto o a mediano plazo, arruinar la economía de todos (incluyendo todos los otros costes sociales que esto implica, desde lo educativo, lo cultural, hasta en términos de la seguridad pública, como bien remarcarían algunos). Cuidar la economía de los otros, entonces, es un modo de cuidar la nuestra. El capitalismo globalizado, bien comprendido en su dinámica, sobre todo en nuestros países tercermundistas, tiene una lógica inamovible en ese sentido: el coletazo a la larga golpea a todos. A algunos más que a otros (y de modo dramático en muchos casos, por supuesto), pero nadie queda a salvo. E insisto con aclararlo, sobre todo por aquellos que puedan creer que quedarán inmunes en términos económicos (y que no suelen pensar más allá de su bolsillo).
Hablando de posibles pequeñeces en momentos que se requieren de grandezas, no dejan de asombrarme los modos con que venimos tramitando ciertos reclamos políticos. Es momento de elevar la mirada y no de generar divisiones y fomentar odios a partir de oportunismos corporativistas. Así, del caceroleo versus el himno (luego de la convocatoria de la central obrera) pasamos a públicos versus privados (luego de la decisión del gobierno de recortar salarios públicos altos). Y vale aclarar que no estoy emitiendo juicios de valor sobre las decisiones tomadas, sino señalando el efecto en los modos de razonar. Las falsas oposiciones nos acechan, nos recordaría Vaz Ferreira. Y vivenciar la política como si fuésemos hinchas de fútbol, como si fuésemos barras bravas alentando a su equipo, nos sale carísimo a todos en términos de nuestra calidad democrática. Y resulta particularmente caro en estos momentos.
Recurrir a la polarización de la sociedad es el peor de los caminos a tomar. Esto no implica, por supuesto, renunciar a la crítica (el señalar con argumentos atendibles lo que no es correcto, lo que no es justo, lo que nos genera dudas o motiva perspicacias, o indicar con agudeza lo que podría mejorarse, por ejemplo). Por el contrario, más que nunca necesitamos del ejercicio de la capacidad crítica. Pero de una crítica sustentada en la razón razonable, no en el discurso de trinchera y de incendio de la pradera. Si algo no necesitamos en estos momentos es el crearnos, el fomentar, una guerra de unos contra otros.  
El buen discernir parece indicarnos que es el momento de utilizar la diferencia y la discrepancia en favor de mover el carro entre todos. Y hacerlo del mejor modo posible, aunque algunas cosas que en particular nos interesaban inevitablemente se nos caigan en el camino con tanto movimiento. Ya habrá tiempo de desandar el camino para ir a recogerlas. Ahora es tiempo de sacar el carro del fango y ponerlo a andar nuevamente. La diferencia puede y debe ser concebida en esta situación límite como un motor de la unión. Del mismo modo que alentamos a la selección de fútbol uniendo hinchas de todos los equipos bajo una misma bandera, del mismo modo que gritamos con todo un gol y nos abrazamos espontáneamente al desconocido de al lado en el estadio o en la calle sin preguntarle a qué equipo pertenece, así debemos proceder en estos momentos. Hoy, que justamente nos tienen desaconsejado el abrazo físico, debemos incentivarlo en otras maneras.
Esta situación puede dejarnos buenas lecciones de futuro si comprendemos la importancia de estar unidos frente a las adversidades. El coronavirus no actúa desde luchas de clases ni desde intereses partidarios (y no negamos con esto que no existan y no definan en buena medida las desigualdades sociales, las cuales el virus sí colabora en evidenciar, sino que el momento requiere pensar por fuera de las dicotomías y las grietas sociales que estas ahondan).
La mezquindad, concebida en sus diversas variantes de canalladas, puede convertirse en el peor de los virus a propagar en estas circunstancias. La combinación de la solidaridad y la unión, resultan, por el contrario, la mejor de las pandemias que podemos poner a circular. La verdadera vacuna contra el coronavirus es de índole ética antes que biológica. Al final de cuentas, como siempre, la clave somos nosotros y nuestras actitudes.

miércoles, 25 de marzo de 2020

¿Qué políticas educativas debemos priorizar?

Comparto artículo que publiqué en las agencias de noticias Agesor y Uypress


¿Qué políticas educativas debemos priorizar?

Continuando y complementando el artículo de la semana pasada (¿Es posible construir consensos para un Plan Nacional de Educación?), en las siguientes líneas nos enfocaremos en algunos de los puntos que entendemos son necesarios de implementar en este período de gobierno de la educación y que, a su vez, resultan posibles de acordar en lo inmediato con los diversos actores involucrados en esa primera línea de toma de decisiones y puesta en práctica de las políticas educativas (en particular, autoridades y docentes).

Los docentes: la clave

El primero de los puntos parte de insistir sobre un asunto respecto del cual vengo escribiendo desde hace ya un buen tiempo: si el centro de cualquier proyecto educativo es el alumno, el docente es la clave, la llave que nos permite abrir o no la puerta correcta. En la comprensión de esta cuestión radica buena parte de la posibilidad de reformar adecuadamente nuestra educación, que es lo que necesitamos realizar a la brevedad. Tomar otros atajos será perder el tiempo o navegar rumbo a un nuevo fracaso.
A partir de este punto, el trabajar sobre políticas que estimulen a los docentes, que los empuje a seguirse formando como profesionales, a tener la motivación de superarse en su labor, el hacer de los liceos espacios de reflexión e investigación, convirtiendo nuestros centros educativos en comunidades de aprendizaje, es una de las primeras tareas a abordar.
Las coordinaciones docentes, por ejemplo, deben transformarse en espacios de producción de saber y de intercambio de alto nivel profesional, funcionar como ámbitos de formación permanente, que, sin descuidar los aspectos más coyunturales de la institución educativa específica, implique abordajes propios del desarrollo de estudios de profundización, abriendo sus puertas, entre otros, a profesionales universitarios, generando coloquios, mesas de exposiciones e instancias de debates, producción escrita (impulsar una revista arbitrada sería un óptimo complemento), proyectos de investigación a mediano y largo plazo (y que la construcción de esos proyectos sean evaluados y reconocidos también para el avance funcionarial), creando una plataforma de multimedios (web, televisión, radio, redes) basada en los aportes generados (coordinando en este punto con los medios públicos, generando allí grillas que permitan la difusión masiva del trabajo intelectual de los docentes), etc.
Motivar a los docentes para que el envejecer dentro del sistema no sea el único modo de ser reconocido por el escalafón docente es una estrategia necesaria. Convertir las horas de coordinación en espacios de formación permanente es algo que no requiere de una desmedida inversión presupuestal y generaría en poco tiempo un efecto altamente positivo sobre la formación docente en ejercicio. Debemos generar y promover  liderazgos pedagógicos de excelencia en nuestro cuerpo docente. Empoderar a las comunidades educativas desde el empoderamiento profesional de los docentes es la tarea número uno, porque es la que determina finalmente la calidad de todo lo otro que pueda ponerse en marcha.

El rol central del Consejo de Formación en Educación

Por supuesto, trabajar sobre la formación docente desde los espacios donde se forman es otro elemento central. Hay que construir con los docentes en ejercicio a la par que con los futuros colegas. La tarea que en tal sentido tiene por delante Patricia Viera, acertadamente designada al frente del Consejo de Formación en Educación, es de primer orden.  Volver a dotar a la formación docente de una impronta con acento en la investigación, con el acento en  generar profesionales capaces de desarrollarse como intelectuales activos en los ámbitos institucionales donde le toque ejercer (e incluso en los debates públicos que hacen a su campo de desarrollo), de otorgar un verdadero rango universitario a profesores y maestros, es un desafío de primer orden. Se deberá trabajar fuertemente sobre lo curricular y sobre las prácticas que llevan adelante los diversos centros de formación docente, que deben estar atravesados por exigencias y propuestas institucionales que acompasen los desafíos pedagógicos que nos presenta el siglo XXI a la par que ser acordes a una formación de alto nivel académico, cuestión que se ha ido perdiendo en las últimas décadas. El otorgar un rango universitario a los docentes debe estar acompañado de políticas de formación que aseguren el adecuado nivel de grado universitario en el egreso. Que un docente salga con líneas de investigación por desarrollar, con el debido estímulo profesional como para seguir formándose, es un objetivo primordial.  Su desempeño cotidiano en el aula será mucho mejor si su mirada va más allá de la lógica estrictamente práctica que entraña esa cotidianeidad.
A la par, sin embargo, deben acentuarse las prácticas estudiantiles en los espacios áulicos, para evitar ese corte entre realidad y formación teórica que suele ser señalado frecuentemente por los docentes recién egresados como otro déficit de su formación. El consabido “no nos formaron para atender esta realidad” puede y debe superarse desde una mayor impronta de estrategias que aterricen al estudiante en la lógica y problemáticas habituales de nuestras instituciones y aulas educativas.
Resumiendo, encontrar el punto de equilibrio, la praxis que logre amalgamar la investigación y la realidad áulica, lo cual supone actualizar aspectos curriculares en su más amplio sentido, es uno de los ejes del trabajo por llevar adelante en formación docente.
En su discurso de asunción como presidente del Codicen, Robert Silva anunció como prioridad la implementación de una Política Nacional Docente. Aplaudimos tal señalamiento, en absoluto acuerdo de que es un camino a recorrer desde el primer día. También su referencia al desarrollo de una política curricular (que coincide con lo aquí señalado respecto de la formación docente, pero que fue planteada con un mayor alcance en el discurso del jerarca) es otro elemento de fuerte concordancia. Y en tal sentido vale señalar que ambos puntos no resultan ser un problema en cuanto a concordar con la amplia mayoría de los actores involucrados. Quienes conocemos el territorio docente desde sus entrañas tenemos presentes que estos son reclamos habituales de nuestro cuerpo profesional.

Políticas de desconcentración y descentralización

En segunda instancia, entendemos que debería priorizarse el fortalecimiento de políticas de oportunidades e inclusión a nivel nacional, dando un verdadero salto desde la macrocefalia montevideana hacia el interior del país. Quienes tenemos la suerte de haber recorrido el país desde roles educativos y culturales, de haber generado lazos e intercambios con docentes y autoridades educativas tanto de grandes ciudades como de pequeñas localidades de nuestro Uruguay, tenemos bien presente la necesidad de brindar una mayor oferta de carreras, de formación permanente, de autonomías vinculadas a tomas de decisiones que hacen a la particularidad del contexto, de lograr que los jóvenes del interior puedan desarrollarse en aquellas orientaciones profesionales que les interesen (o generar el interés a partir justamente de ser colocadas en su horizonte de posibilidades) sin el peso de tener que irse de su departamento o de su región más cercana.  Parte de la justicia que un sistema educativo debe garantizar radica en la protección de los derechos culturales al acceso educativo más amplio, de mayor trayectoria posible (y en las mejores condiciones posibles) de todos los jóvenes de nuestro país, sin distinción alguna. Cortar definitivamente con la brecha de desigualdad respecto de las posibilidades entre un estudiante nacido en la capital o en el norte radica también en avanzar en una efectiva descentralización de nuestro sistema educativo. Desconcentrar respecto de Montevideo, ampliar la oferta educativa en el interior, es un proceso sobre el cual se ha avanzado en los últimos años, pero que todavía está lejos de concretarse adecuadamente.
Alcanzar grados de descentralización en su sentido más amplio, o sea, remitiendo a la capacidad de otorgar la mayor capacidad de autonomía posible a las comunidades educativas que, en diferentes niveles y subsistemas, conforman la educación pública uruguaya, debería ser una meta ineludible del quinquenio iniciado.
Desburocratizar nuestro sistema educativo, erradicar la absoluta dependencia de la esfera central (articulando y coordinando con ella, claro, pero no dependiendo en un todo), dotar a los centros educativos de determinados niveles de capacidad de decisión, de gestión institucional, de autonomía pedagógica, son ítems sobre los cuales debemos avanzar, particularmente en el marco del acompañamiento de políticas que profundicen en la profesionalidad de los docentes y equipos directivos. Un modo de jerarquizar nuestra tarea es concebir un sistema educativo que nos permita pensar y hacer, reflexionar y gestionar, producir ideas y ponerlas en marcha, analizar nuestros contextos e intervenir en ellos para mejorarlos, generar proyectos institucionales y ejecutarlos, en el marco de comunidades pedagógicas fortalecidas que validen el accionar, que legitimen los consensos alcanzados entre docentes y equipos directivos. Descentralizar es un modo de alcanzar la mayoría de edad y de confiar en la madurez y solidez intelectual de nuestros profesionales de la educación.  
Quedan varios puntos por analizar, por proponer a las autoridades, por proponer a nuestros colegas, por poner a consideración de todos aquellos que estén interesados en el futuro de nuestra educación, pero queríamos en estas líneas (ya le sucederán otras) plantear al menos algunos de los que consideramos ineludibles a la par que posibles de consensuar en lo inmediato.
Sigamos pensando juntos, para que el momento de la toma de decisiones nos encuentre convencidos del camino a tomar y fortalecidos desde la legitimación que -a las partes involucradas- otorga la participación en las diversas etapas del proceso de transformación iniciado.



martes, 17 de marzo de 2020

¿Es posible construir consensos para un Plan Nacional de Educación?

Comparto mi reciente artículo sobre educación, publicado en las agencias de noticias Uypress y Agesor.

¿Es posible construir consensos para un Plan Nacional de Educación?

Intentaré responder a esta pregunta a  lo largo de un par de artículos, comenzando por señalar que una cuestión sobre la cual podemos acordar sin mayores problemas es que las propuestas educativas deben proyectarse a largo tiempo y que el sistema político debe garantizar su continuidad una vez que se logren los debidos consensos. O sea, si nos ponemos de acuerdo en relación a determinados puntos necesarios de avance en el sistema educativo, todos los partidos políticos deberían cerrar filas para garantizar la concreción del proyecto elaborado (y más allá de quién sea, o podría ser, el siguiente ganador de las elecciones gubernamentales).

Por supuesto, lo difícil de esta cuestión radica en alcanzar los debidos consensos, pero ya avanzamos si coincidimos en cuál es el camino a recorrer una vez arribados a ese punto de acuerdo.  Otro modo de avanzar en lo inmediato es colocando bajo un mismo paraguas a los principales actores involucrados.  Convocar, por ejemplo, a poner en práctica a corto plazo un Plan Nacional de Educación, haciendo coincidir en la tarea al MEC y al Codicen como líderes ejecutores, resulta  otro elemento crucial. Si algo debemos evitar es volver a caer en la lógica de disputa de poder entre los ámbitos fundamentales de toma de decisiones en relación al campo educativo. No podemos darnos el lujo de volver a perder otro quinquenio en tales pulseadas. 

Si coincidimos, entonces, en estas primeras cuestiones (algo que entiendo es razonable y no amerita una mayor discordancia), lo siguiente pasaría a ser considerar posibles temas de acuerdo y actores a involucrar como parte de la primera línea de construcción y ejecución del Plan. 

En tal sentido, quisiera referirme en este primer artículo a la importancia de complementar el accionar de los dos principales actores del proceso: el de aquellos que tienen en sus manos la toma final de las decisiones, que ocupan cargos ejecutivos y técnicos, que llevan adelante un rol de gobierno en relación a la educación, con el de aquellos que efectivamente concretan en las instituciones, en las aulas, que evalúan en el campo mismo de la acción desde su formación pedagógica, los lineamientos de cualquier plan o reforma educativa que se proponga, o sea, los docentes y el personal directivo a cargo de las instituciones educativas. 

Para ser bien claros, las autoridades del MEC y del Codicen deben conjugar su accionar con el de los docentes y equipos directivos de las diversas instituciones educativas. Ningún otro camino lleva a buen puerto el asunto (y alcanza con analizar cómo procedieron efectivamente, más allá del discurso “participativo”,  las recientes administraciones educativas para comprobar la pertinencia de esta afirmación).

Al respecto, coordinar equipos de trabajo entre autoridades del gobierno, equipos de directores y docentes de aula no puede ser un hecho aislado sino una política permanente y de primera línea para el MEC y el Codicen. Llevar estas prácticas a todo el territorio nacional, recogiendo en primera instancia perspectivas, generando insumos y luego informando, discutiendo avances y corrigiendo si fuese pertinente, es parte fundamental de un Plan que logre consensos iniciales y adhesiones a posterior de su puesta en marcha, priorizando la marcada participación de actores claves del proceso. 
Y no se trata, por supuesto, de impulsar simulacros de  participación (reuniones aisladas que luego no son consideradas en absoluto y que terminan resultando justificativas de discursos políticamente correctos y moralmente reprochables), ni de promover las eternas etapas de evaluación en las que se suele caer por estos lados del mundo, sino de ser efectivos en los tiempos a la par que se procesa el debido involucramiento de autoridades y docentes. Se pueden complementar ambos objetivos si se piensa en modo ordenado, cumpliendo metas y tiempos pactados. 

No es un camino sencillo pero es el único posible para alcanzar los consensos que se deben buscar, porque esa es la tarea y no otra. La receta del éxito se cocina allí. Utilizaré una imagen futbolera (que todo uruguayo sabrá comprender claramente) al respecto: un DT sin jugadores que lleven adelante sus ideas, no gana ningún campeonato, por más lúcidos que fuesen sus planteos. Los goles en la cancha finalmente los convierten los jugadores. Y jugadores sin una buena estrategia, sin una conducción clara que los motive y los involucre tampoco logran metas importantes. Y en la educación hace rato que estamos en la zona de descenso, por lo cual es tiempo de pensar como equipo para salir del fondo de la tabla, articulando el trabajo entre estrategas y jugadores. Aislarse, creer que uno puede sin el otro, es continuar en el proceso de suicidio educativo y cultural que venimos transitando desde hace más de una década. 

Algunos docentes ya hemos iniciado un proceso muy rico en relación a estas instancias aquí planteadas de posible coordinación y elaboración en conjunto con las autoridades, formando equipos de trabajo que desde la apertura al diálogo estamos discutiendo los principales planteos elaborados por las autoridades educativas. Y venimos produciendo textos, invitando a la reflexión, promoviendo el debate, realizando una tarea que entendemos es propedéutica. 

Nos corresponde a los docentes un rol de co-liderazgo del proceso iniciado, desde una mirada constructiva y dialogante. Prepararnos intelectualmente, demostrar nuestra capacidad profesional, es parte del desafío que tenemos en lo inmediato. El reconocernos como interlocutores válidos, el integrarnos como co-partícipes necesarios de estos tiempos de cambios, es una cuestión que corresponde a la buena voluntad política (y sobre todo a la inteligencia) del gobierno en curso. 

Confiamos en que se nos tenga en cuenta, que el tiempo de los discursos para la tribuna respecto del involucramiento de los docentes sea parte de una etapa finalmente superada. Ni corporativismos docentes ni demagogia inclusiva de las autoridades, sino trabajo profesional de alto nivel entre autoridades y docentes preparados para la tarea de concertación es lo que el país requiere en un plazo inmediato. 

El poner en marcha un Plan Nacional de Educación fundado en consensos es tan posible como necesario. La mesa está servida y la invitación está hecha. Comencemos a construir una mejor sociedad. El campo de la educación y de la cultura es el camino y nos corresponde estar a la altura de los hechos. 

lunes, 2 de marzo de 2020

Paros docentes por la Ley de Urgente Consideración

Comparto mi participación en Esta Boca es mía (canal 12) en relación a los paros decretados por los sindicatos docentes a raíz de la LUC: https://youtu.be/K0ZISbzLdig