Y que pueden leer también aquí:
El socialismo como punto de partida para el liberalismo
En Sobre
los problemas sociales (1922),
Vaz Ferreira se plantea la interrogante de si es posible resolver aquello que
denominamos “el problema social” y señala que, en todo caso, requiere de una solución
que no será ciertamente perfecta, considerar todas las soluciones posibles,
analizar ventajas e inconvenientes de cada una y, por último, realizar una elección.
Esto tiene un
inconveniente, nos indica: no resulta factible sopesar todas las teorías -incluyendo
aquellas que escapan a nuestras previsiones- ni efectivamente contemplar todas
las ventajas y desventajas. Y, además, siempre tenemos el problema de las subjetividades,
de las sensibilidades particulares, en relación a esta cuestión del “problema
social”. Sin embargo, lo que hay que alcanzar es precisamente una solución consensuada
de elección. Y para esto, nos dice Vaz, lo primero sería comenzar por:
“algo utilísimo y
bueno, que es lo primero que voy a tratar de sintetizar aquí; y es empezar por
investigar si hay tanta oposición real como aparente, si no debería haber un
acuerdo mayor; si está bien que, como ocurre en la práctica, las tendencias y
las teorías luchen como si fueran contrarias en todo y desde el principio –o si
todas esas tendencias deberían tener una parte común, sin perjuicio de que el
resto siguiera siendo materia de discusión. Y es esto último lo que voy a
tratar de mostrar: que, en vez de oposición y lucha total (por ejemplo: de
conservadores contra socialistas, anarquistas, etc.), como hay en gran parte y
como se cree que tiene que haber, los espíritus comprensivos, sinceros,
humanos, pueden y deben de estar de
acuerdo sobre un ideal suficientemente práctico, expresable por una fórmula,
dentro de la cual caben grados” (Sobre los problemas sociales,
vol. VII de la Edición de Homenaje de la Cámara de Representantes, pág. 21)
Y vale recordar, en
este punto, que Vaz Ferreira fue influido en buena medida por el liberalismo de
Stuart Mill (particularmente de su concepto de libertad) y por el liberalismo
evolutivo de Herbert Spencer (sobre todo por su concepción del individualismo)
y si bien evita utilizar el término “liberalismo”, refiriéndose en cambio a la
tendencia “individualista”, es pertinente ubicarlo en la tradición liberal (y de ahí la oportunidad y pertinencia del
título de este artículo, cuyas características de divulgación, y por fuera de
un afán académico, no pretende ni permite profundizar debidamente en el punto, aunque
invito a leer autores nuestros que han analizado con hondura la cuestión, como sucede
con textos de Arturo Ardao, Miguel Andreoli, Yamandú Acosta, Manuel Claps, Carlos
Mato, Fernanda Diab, Andrea Carriquiry, Gerardo Caetano, Agustín Courtoisie, Jorge
Liberati, Mario Silva García, Lía Berisso, Enrique Puchet, Rubén Tani, Horacio
Bernardo, entre otros).
Luces y sombras del socialismo y el individualismo
Y es a partir del
planteo de la búsqueda de una fórmula que evite las oposiciones que nos
paralizan, y se concentre en los puntos de encuentro, que el autor aborda las
dos tendencias ideológicas dominantes en relación al problema social:
“La oposición fundamental es la lucha de la tendencia
individualista y la tendencia socialista; ésta es, diremos, la oposición
polarizante. Bien: si se examinan esas tendencias como se presentan, hacen
más o menos este efecto al que no está fanatizado ni unilateralizado:
El “individualismo”
se presenta como la tendencia a que cada individuo actúe con libertad y reciba
las consecuencias de su actos (esto, esencialmente; pues la parte de
“beneficencia” que admite el esquema individualista, es como simple paliativo).
Y esa tendencia así formulada produce al espíritu sincero y libre, una mezcla
de simpatía y antipatía.
Simpatía, porque la tendencia es ante todo favorable a la libertad, que es uno de los determinantes de la superioridad de nuestra especie. Y porque es favorable a la personalidad. Y porque es favorable a las diferencias individuales. Y porque es tendencia fermental. Capacidad y posibilidades de progreso. Pero produce, la tendencia, también antipatía. Ante todo, por su dureza: cierto que generalmente suele presentarse paliada por la beneficencia; pero ésta, encarada como caridad, no nos satisface.
Y, además de su dureza, el individualismo nos aparece como la teoría que de hecho sostiene el régimen actual; y entonces, va hacia ella nuestra antipatía: por la desigualdad excesiva, por la inseguridad; por el triunfo del no superior, o cuando más del que es superior en aptitudes no superiores, por ejemplo la capacidad económica. Demasiada predominancia de lo económico, absorbiendo la vida. Y justificación de todo lo que está, como la herencia ilimitada, la propiedad de la tierra ilimitada, etc.
Ahora, el “socialismo” nos produce, desde luego, efectos simpáticos, por más humano: hasta su mismo lenguaje y sus mismas fórmulas…más bondad, más fraternidad, más solidaridad; no abandonar a nadie; también tomar la defensa del pobre, del débil. Simpático, también, por la tendencia a la igualdad, en el buen sentido. Simpático, todavía, por sentir y hacer sentir los males de la organización actual, y así mantener sentimientos y despertar conciencias. Y tal vez, también, capacidad de progreso en otro sentido.
En cambio, antipático, o temible, por las limitaciones, que parecen inevitables, para la libertad y para la personalidad. Limitaciones a la individualidad. Tendencia igualante, en el mal sentido. Claro que eso no está siempre consciente en la doctrina: adeptos de ella buscarían la realización, no a base de imposición, permanente o pasajera, sino de sentimientos; pero entonces el socialismo se nos aparece como una de esas tendencias que supondrían un cambio psicológico demasiado grande y ya utópico para la mentalidad humana. Y así, podría decirse, en este primer examen, que al socialismo parece presentársele una especie de dilema: o utopía psicológica, o tiranía. Autoridad, leyes, gobierno, prohibiciones, imposiciones, demasiado de todo esto. Y demasiado estatismo, algo que tiende a suprimir la personalidad, la individualidad y las posibilidades de progreso. Esto último lleva a sentir al socialismo, también como algo que fija, como algo que detiene; y pensamos en esas organizaciones, de los artrópodos, por ejemplo, en que la perfección va unida a la detención del progreso.
Y, así, si recibimos los conceptos y tendencias como se presentan y si nos sometemos a su acción sinceramente, el resultado será la duda, la oscilación.
Y la oposición de esas dos tendencias es, en verdad, lo fundamental: el análisis de otras nociones, propiamente no agregaría nada esencialmente a ellas. Repitámoslo: lo esencial sigue siendo el conflicto de las ideas de igualdad y de libertad (con las tendencias respectivamente conexas).” (obra citada, págs. 22 a 25)
Simpatía, porque la tendencia es ante todo favorable a la libertad, que es uno de los determinantes de la superioridad de nuestra especie. Y porque es favorable a la personalidad. Y porque es favorable a las diferencias individuales. Y porque es tendencia fermental. Capacidad y posibilidades de progreso. Pero produce, la tendencia, también antipatía. Ante todo, por su dureza: cierto que generalmente suele presentarse paliada por la beneficencia; pero ésta, encarada como caridad, no nos satisface.
Y, además de su dureza, el individualismo nos aparece como la teoría que de hecho sostiene el régimen actual; y entonces, va hacia ella nuestra antipatía: por la desigualdad excesiva, por la inseguridad; por el triunfo del no superior, o cuando más del que es superior en aptitudes no superiores, por ejemplo la capacidad económica. Demasiada predominancia de lo económico, absorbiendo la vida. Y justificación de todo lo que está, como la herencia ilimitada, la propiedad de la tierra ilimitada, etc.
Ahora, el “socialismo” nos produce, desde luego, efectos simpáticos, por más humano: hasta su mismo lenguaje y sus mismas fórmulas…más bondad, más fraternidad, más solidaridad; no abandonar a nadie; también tomar la defensa del pobre, del débil. Simpático, también, por la tendencia a la igualdad, en el buen sentido. Simpático, todavía, por sentir y hacer sentir los males de la organización actual, y así mantener sentimientos y despertar conciencias. Y tal vez, también, capacidad de progreso en otro sentido.
En cambio, antipático, o temible, por las limitaciones, que parecen inevitables, para la libertad y para la personalidad. Limitaciones a la individualidad. Tendencia igualante, en el mal sentido. Claro que eso no está siempre consciente en la doctrina: adeptos de ella buscarían la realización, no a base de imposición, permanente o pasajera, sino de sentimientos; pero entonces el socialismo se nos aparece como una de esas tendencias que supondrían un cambio psicológico demasiado grande y ya utópico para la mentalidad humana. Y así, podría decirse, en este primer examen, que al socialismo parece presentársele una especie de dilema: o utopía psicológica, o tiranía. Autoridad, leyes, gobierno, prohibiciones, imposiciones, demasiado de todo esto. Y demasiado estatismo, algo que tiende a suprimir la personalidad, la individualidad y las posibilidades de progreso. Esto último lleva a sentir al socialismo, también como algo que fija, como algo que detiene; y pensamos en esas organizaciones, de los artrópodos, por ejemplo, en que la perfección va unida a la detención del progreso.
Y, así, si recibimos los conceptos y tendencias como se presentan y si nos sometemos a su acción sinceramente, el resultado será la duda, la oscilación.
Y la oposición de esas dos tendencias es, en verdad, lo fundamental: el análisis de otras nociones, propiamente no agregaría nada esencialmente a ellas. Repitámoslo: lo esencial sigue siendo el conflicto de las ideas de igualdad y de libertad (con las tendencias respectivamente conexas).” (obra citada, págs. 22 a 25)
Socialismo hasta un punto y luego libertad
Vaz Ferreira se
centra en el planteo de la oposición libertad/igualdad y nos remarca que hay
gente más "sensible" al valor de la libertad y personas más
"sensibles" al valor de la igualdad, a la vez que entiende que la
libre acción genera inevitablemente desigualdad y, por otra parte, la idea de
igualdad termina introduciendo coercitivamente la redistribución. Entonces, afirma,
la alternativa viable como solución de elección, como resolución al problema
social, debe contemplar la fusión de lo mejor de una y otra tendencia.
Enfocándose en esa
propuesta de fusión, entiende que si bien lo deseable para una comunidad es
esperar que cada individuo obtenga la consecuencia de su acciones, del
desarrollo de sus talentos y virtudes, el problema es que no todos partimos de
posiciones igualitarias y, entonces, igualar el punto de partida sería lo
primero y esencial.
Pero para que esto suceda
se debería acabar con el mecanismo natural de transmisión de bienes económicos y
herencia cultural en una familia, lo que Vaz Ferreira denomina “familismo”,
régimen en donde las generaciones pasadas pesan sobre el presente y que
reproduce la desigualdad sin más, sin contemplar los debidos merecimientos y
esfuerzos que cada generación debe poner en juego.
Siendo esta una
solución difícil de concretar (recordemos en tal sentido la crítica y propuesta
de Vaz Ferreira para limitar la herencia) y que atenta en algún punto contra
aspectos que son derechos entendibles de los padres (por ejemplo, el hecho de brindarles, de heredarles, a sus
hijos las “ventajas” culturales), lo que Vaz finalmente propone es atenuar las
desigualdades para luego dejar primar una sociedad en donde los individuos sean
responsables de sus actos, de su destino y lugar en la sociedad, más allá de lo
que ha sido determinado de antemano por el familismo y más allá también del cobijo
socializante y estatal.
Para ser más claros:
socialismo hasta un punto y luego liberalismo, fusionando lo mejor de ambas
tendencias. Asegurar al individuo un mínimum, unas condiciones básicas para una
existencia digna que habilite un estado social en donde sea finalmente la idea
de libertad la que prevalezca:
“En verdad, se podría defender bastante simpáticamente esta posición máxima: asegurar (por socialización, o como fuera) a cada individuo, esas necesidades gruesas, pero como punto de partida para la libertad, a la cual se dejaría el resto” (obra citada, pág. 79)
Y aunque señala que van a darse diferentes puntos de vista -según el talante socialista o liberal de ocasión- respecto del momento adecuado para “abandonar” al individuo a la libertad, considera que hay un mínimo –un socialismo de “primer grado”- que es deseable asegurar: acceso a la educación, a los servicios de salud, a la vivienda, a la alimentación, a la vestimenta y a un derecho fundamental: el de tener una tierra de habitación; y todo con “una obligación de trabajo correlativa” por parte de los individuos asistidos.
Y advierte que en
todo este proceso de fusión de horizontes ideológicos, de complementar antes
que de oponer, es vital dejar de pensar el problema social en términos de
problema de clases, en los términos -que consideraba negativos, confusos y
simplistas- de burgueses y proletariados:
“Idea simplista; de
gran valor de combate, y hasta ahora pragmáticamente buena en cierto efecto
grueso, en cuanto tendió en el plano de la acción a mejorar en algo las
condiciones del trabajo manual; pero simplista, lo repito, y de tal poder confusivo
que hace imposible resolver y hasta pensar. (…) En cuanto a mí, no me gusta, o
no me parece conveniente, pensar por “clases”; ni creo que se deba; se piensa y
se siente y se resolvería mejor el problema, observando, juzgando y proyectando
las que fueran las mejores organizaciones desde el punto de vista del bienestar
de la seguridad, de la igualdad, del mejoramiento, del estímulo, de la
libertad, de la fermentalidad, sin esas divisiones. (obra citada, pág. 63)
A grandes líneas,
esta es la solución de elección que para el problema social propone Vaz; y más
allá de la solución concreta -atendible y discutible- que presenta, resulta
importante la perspectiva que sobre el asunto arroja y que entiendo es vital
incorporar en nuestra cultura y práctica política.
Vaz Ferreira como guía para nuestras prácticas políticas
“Comprender bien que todos los que piensan sensata y acertadamente sobre los problemas sociales, deben estar de acuerdo parcialmente; y comprender sobre qué deben estar de acuerdo y sobre qué, solamente, han de recaer sus posibles divergencias.” (obra citada, pág. 93)
Así, para quienes, en términos del lenguaje vazferreireano, no estamos “fanatizados ni unilateralizados”, ni creemos en que las “oposiciones polarizantes” y la “lucha de clases” sean lo mejor para nuestra democracia, el planteo de nuestro principal filósofo oficia como una guía, como una necesaria apelación a la moderación y el consenso, a un acento que nos remite al justo medio aristotélico, a la tarea de evitar los extremos y priorizar la búsqueda del bien común por sobre otros intereses particulares.
Frente a un nuevo
período de conducción política en el país y ante la probabilidad de que
finalmente terminen primando las prácticas y políticas polarizantes, y sigamos
amarrados a las guerras de poder entre familias ideológicas, bien vale volver a
colocar el planteo de Vaz Ferreira en el escenario del debate público.
Mucho necesitamos
de su apelación a la
búsqueda de acuerdos como punto de partida para concretar acciones que
beneficien al conjunto de la ciudadanía., de su modo de sintetizar un
republicanismo liberal que representa lo mejor de nuestro siglo XX.
Su búsqueda y planteo
de una ética mínima como base para alcanzar una fórmula de consenso social que
mejore nuestra vida en común, y que a la par nos haga más libres como
individuos, sigue representando un faro en el horizonte.