Se
abre una nueva etapa en el país y, con ella, se renueva la posibilidad de que
el campo educativo sea debidamente posicionado en el centro de la trama social.
¿Qué señales desde el futuro gobierno de la educación son necesarias dar en lo
inmediato? ¿Qué errores políticos no se deben repetir? ¿Qué papel tienen los
docentes y los sindicatos? ¿Qué papel jugará el MEC y qué equilibrios se
necesitarán?
Al
respecto, mi artículo en Uypress: https://www.uypress.net/auc.aspx?100750
O pueden leerlo directamente aquí:
Los desafíos educativos del nuevo gobierno
Se abre una nueva etapa en el país y, con ella, se
renueva la posibilidad de que el campo educativo sea debidamente posicionado en
el centro de la trama social. Los desafíos son varios, comenzando por atender
un déficit de capital cultural que condiciona en buena medida las posibilidades
de nuestros jóvenes y que nos compromete como sociedad. Nuestra principal
crisis no es económica, sino de marginalidad cultural, la cual se ha acentuado
en los últimos años.
En la educación, esto se ve reflejado no solamente en los
resultados que arrojan los análisis internacionales que al respecto se han
realizado sobre nuestro país y en los informes presentados por nuestro
Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEED), sino en la experiencia áulica
cotidiana de aquellos que ejercemos la docencia. En particular, es una situación
rápidamente comprobable en nuestro ciclo básico de educación media, convertido
en la zona “roja” de nuestro sistema educativo. El ciclo básico es
una radiografía del derrotero de nuestra sociedad, una fotografía pura y dura
de los principales problemas que atravesamos como comunidad.
La educación ha dejado de ser un espacio clave en la
construcción de igualdad de oportunidades para convertirse en parte de la maquinaria
que reproduce las desigualdades sociales (sobre este punto me explayo
debidamente en mi proyecto “Educación y capital
cultural” y en una reciente conferencia dictada en el marco de las “Jornadas Binacionales
de Educación”, materiales ambos localizables en la web). Las
explicaciones sobre esta situación son múltiples, debiendo comenzar por
comprender y atender que el campo educativo, en tanto es atravesado
por todos los hilos sociales que nos conforman, es un reflejo del proceso de
desvalorización de los pilares que sostenían lo mejor de nuestra tradición
cultural.
El arte de la negociación
¿Qué señales desde el futuro gobierno de la educación
son necesarias dar en lo inmediato para comenzar un proceso de recuperación de
nuestra educación pública?
La respuesta a esta pregunta implica el abordaje de
diversos aspectos, que incluyen cuestiones políticas, pedagógicas y económicas,
entre otras. Las trataré de afrontar a lo largo de una serie
continuada de artículos, esperando contribuir en tal sentido a un debate que se
torna vital en estos meses donde se trazarán las principales hojas de ruta a
seguir por las nuevas autoridades educativas, las que tendrán un desafío histórico.
No será una tarea sencilla. Y las primeras señales deberán ser políticas
antes que vinculadas a contenidos más propiamente educativos, más específicamente
pedagógicos.
En primera instancia, se deberá comprender
cabalmente aquello que hace a la esencia de la política: el arte de la negociación.
Debemos ser claros desde el primer momento: no hay reforma educativa posible
sin contar con los docentes, que son los encargados finales de llevar adelante
cualquier cambio propuesto. Si pretendemos que el centro del sistema educativo
sean los alumnos, los docentes son la variable fundamental.
Y tampoco se podrá llegar a buen puerto si no se
existe el debido diálogo con los sindicatos de la educación. Se deberá hilar
muy fino en tal sentido, porque la señal política es la primera que debe darse
si lo que queremos es no perder un nuevo lustro en pulseadas que simplemente
lograrán paralizarnos. Entrar en el desgaste del juego respecto de quién es “el
más fuerte”, “el mandamás” o “el que ejerce el poder legítimo”,
sería un modo torpe de comprender lo que el país realmente necesita. Por supuesto,
esto corre para todas las partes involucradas, pero es, sobre todo, una
responsabilidad central de aquellos que han sido electos para conducir el país.
Y, por supuesto, esto no implica ceder puntos o iniciativas sin razón alguna u
otorgar el poder de decisiones cuando no corresponde.
Lo que sí implica es el ejercicio del diálogo y el
colocar en escena actores que puedan tender puentes, el posicionar en la mesa a
aquellos que puedan contribuir del mejor modo posible al desarrollo de la
argumentación y la negociación. Alcanza con analizar y reflexionar sobre lo que
sucedió en estos últimos años para reconocer la conveniencia de
postular este primer punto.
Lecturas de una derrota política
Uno de los mayores errores del gobierno de Tabaré Vázquez fue
colocar al frente del Ministerio de Educación
y Cultura (MEC) a María Julia Muñoz,
quien no sólo desde el arranque no era legitimada como una persona con
experiencia en tales asuntos (un claro ejemplo del mal mayor que se comete
cuando se anteponen cargos políticos a cargos de pertinencia por capacidad en
el campo designado) sino que desde una actitud de soberbia y destrato hacia los
docentes no solo no le torció el brazo a los sindicatos de la educación
(ese parece ser el objetivo por el que Vázquez la
colocó allí, esperando que repitiera la “hazaña” realizada
cuando estuvo al frente del Ministerio de Salud Pública), sino que se encargó de
dinamitar todos los puentes posibles. Un error grosero e imperdonable del
Presidente.
Para completar el cuadro, las autoridades del Consejo de Educación
Secundaria (CES), en la figura de su Directora Celsa Puente, se
encargaron de acentuar los enfrentamientos con el sindicato y ejercieron una
suerte de “caza de brujas” contra aquellos docentes que planteábamos públicamente
-y desde espacios no sindicalizados, por cierto- los problemas que Secundaria
presentaba.
Errores políticos que terminaron costando mucho al
gobierno y a la fuerza política que allí lo colocó, pero que, lo más
grave, terminaron costándole mucho a la sociedad en su conjunto.
En tal sentido, el principal error del gobierno
frentista, el que se lleva el primer puesto por varios cuerpos, fue la declaración
de esencialidad de la educación llevada adelante en 2015, en medio de un
conflicto por su no cumplimiento del presupuesto designado para la educación.
Lejos de lograr aquietar las aguas, la poco inteligente estrategia de intentar
amedrentar a los docentes con la amenaza de iniciarles un sumario y finalmente
destituirlos si no cortaban con la legítima protesta, logró el efecto
contrario, prolongando innecesariamente la huelga y abriendo una grieta que no
logró cerrarse en todo el período y que trancó toda posibilidad de
avance real. Cuesta comprender la torpeza de tal accionar.
Con el modus operandi de Muñoz y Puente, avalado
por un Ejecutivo que no escuchaba los reclamos docentes al respecto, no solo no
se logró cambio alguno del ADN educativo sino que ni siquiera se pudo
cambiar algo menos pretencioso como el formato de la elección de horas. La
derrota política fue contundente y deja varias lecturas, que ojalá hayan
dejado lecciones a considerar a la hora de una nueva oportunidad.
La revalorización de los docentes
La primera lección que debería sacarse en limpio es que
no hay reforma posible sin diálogo constructivo con los docentes, formen parte
o no del sindicato.
En una reciente entrevista en el programa televisivo Desayunos Informales,
el posible presidente del futuro Codicen, el profesor Robert Silva, señaló que “es
imposible pensar en una educación de calidad sin el docente”. Esto, que parece
estar en la tapa del libro, es, sin embargo, una señal nada menor, sobre todo
frente a discursos que parecen querer prescindir de los educadores. O que los
conciben como simples empleados y no como los artífices fundamentales del
sistema educativo.
La caída puede ser brutal sino se entiende la importancia
de colocar en el eje central a los educadores. El discurso del alumno como el
centro del hecho educativo convirtiendo a los docentes en el elemento negativo
que no acompañaba debidamente esa perspectiva resultó, como era de esperar, un
fracaso estrepitoso. Solo el desconocimiento de cómo funciona el ámbito
institucional y áulico podría llevar a que nuevamente se incurra en tamaño
error.
Se debe priorizar y jerarquizar la formación docente,
invirtiendo debidamente en políticas de formación permanente, que es el gran déficit
que tienen nuestros educadores. El egreso de los Institutos de formación
docente resulta en muchos casos el comienzo del fin de la vida intelectual del
educador. Y esto es algo que no nos puede seguir pasando Para evitarlo, es
fundamental el incentivo intelectual y económico que lleve a que el docente
avance y crezca en su carrera en el marco de una permanente formación. Nos
jugamos gran parte del partido en entender y atender esta realidad.
A su vez, debemos de una vez por todas zanjar una discusión
que no puede ser más parte de un conflicto: los educadores deben ser
retribuidos salarialmente de acuerdo a la marcada importancia de la tarea
social que llevan adelante. Jerarquizar el salario docente forma parte de las
medidas que cualquier sistema educativo exitoso coloca en la balanza, a
sabiendas que lo económico implica una señal que es simbólica y que trasmite
valores.
Una sociedad que paga mal a sus maestros y profesores, no
solo los condena a una vida profesional de segunda mano sino que brinda un
mensaje negativo sobre la importancia otorgada a la educación. Jerarquizar el
salario docente es jerarquizar la educación, es enviar una señal al resto de la
sociedad donde se deja en claro que la formación intelectual y que la profesión
de educar es una de las tareas más nobles e importantes que puede llevar
adelante una persona en su vida en comunidad.
Luego de años de discursos de impronta “mujiquista” que
han bastardeado la formación intelectual, la formación universitaria, la formación
humanística, nos debemos un rápido retorno a todos los elementos posibles que
nos permitan volver a legitimar y privilegiar el cultivo intelectual del
ciudadano. Es este un paso fundamental para comenzar a abandonar el grado de
marginalidad cultural en el que nos hemos hundido.
Estas, pues, son otras señales políticas que deben estar
dadas desde el arranque del futuro gobierno de la educación, partiendo desde lo
que el presupuesto quinquenal del gobierno central indique como valor social a
privilegiar. Cómo se barajan los números es, ante todo, una señal de ética
pública. Dime qué priorizas y te diré que tipo de valores refleja tu
gobierno.
La búsqueda de equilibrios
El trabajo en conjunto entre el Ministerio de Educación y
Cultura (MEC) y el Codicen será primordial, sobre todo para mantener
ciertos equilibrios necesarios. La mayor relevancia que cobrará el MEC
colocará en escena a Pablo da Silveira como
figura principal de los nuevos tiempos educativos que se avecinan. Su articulación
con Robert
Silva será esencial, del mismo modo que lo será el escuchar
y sumar los aportes en propuestas que tengamos los docentes que trabajamos en
el sistema educativo y que lo conocemos desde adentro (con lo que esto
significa en el imaginario docente a la hora de la legitimación de los
interlocutores presentados), tanto como lo que puedan contribuir los
sindicatos y las iniciativas ciudadanas educativas como Eduy21.
El desafío está servido. El camino no será nada
fácil, pero ¿acaso lo ha sido alguna vez? Los partidos más
importantes que se juega una sociedad siempre requieren de esfuerzos múltiples
e incesantes. Y tanto de certezas a defender como de concesiones a realizar por
parte de los involucrados. No se debe confundir firmeza en la conducción con
necedad y sordera. Se necesitará de sutileza y cintura política
más que de nuevas cuotas de soberbia y demostraciones de “fuerza”.
Si las recientes declaraciones en el semanario Búsqueda
del dirigente de Fenapes José Olivera descalificando
brutalmente a Pablo
da Silveira son un síntoma negativo y una muestra cabal de todo lo que
debe evitarse, la señal enviada por el futuro gobierno ofreciendo la Subsecretaría
del MEC a la historiadora Ana Ribeiro supone
un atisbo de esperanza en cuanto a la posibilidad de conformar equipos que
orienten el diálogo de manera inteligente y constructiva.
La primera actitud que nos corresponde es apoyar en un
todo al gobierno que se está conformando y ponernos a trabajar
en conjunto. Ojalá que aquello de “Educación, educación, educación” marque
finalmente el rumbo de quienes ejercen el poder político.
Comprendan, allí nos jugamos el futuro.
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