Estimados, comparto artículo publicado este jueves en la
separata electoral del semanario Voces (pág. 8) y en el excelente sitio web de Cooltivarte (www.cooltivarte.com) , donde abordo un tema que,
entiendo, resulta crucial, particularmente en estas nuevas instancias de
definiciones electorales que terminarán incidiendo en las políticas a seguir en
el campo de la cultura y su incidencia en la construcción de valores.
Como siempre, los invito a seguir debatiendo el tema en este espacio del blog.
Cambio cultural y valores
Entre las tareas claves que
la actividad política supone, se encuentra la de
tomar decisiones que definan los valores culturales deseables para la sociedad.
Existe, pues, un vínculo indisoluble entre el actor político y los valores
culturales, lo cual no solamente supone una fuerte responsabilidad ética, sino
una preparación intelectual acorde a la complejidad del asunto. Desafío aún
mayor en tiempos globales, en los cuales el aceleramiento de los cambios nos
enfrenta a nuevos horizontes y lo valorativo se vuelve una necesidad para la
comunidad en su conjunto.
La globalización, ese tiempo histórico que nos toca vivir, ha dado un
nuevo giro al viejo debate entre valores universales y relativos. En el campo
cultural, se ha virado de su concepción más tradicional -donde cultura se igualaba a civilización, se planteaban
diferentes grados culturales en los individuos y entre las sociedades, se
proponía un canon universal y se hablaba en términos de cultos e incultos, alta
y baja cultura- al giro que los estudios antropológicos le dieron al asunto,
priorizándose la idea de diversidad y postulando que todas las culturas tienen
el mismo valor. En esta perspectiva, no existen grados de valor cultural, en la
medida que todo es cultura y todos somos cultos. Aquí los valores culturales,
pues, no son universales sino relativos a cada cultura. La concepción
postmoderna acentuará esta mirada y nos pondrá nuevamente frente a un dilema de
larga data en la historia del pensamiento.
Mario Vargas Llosa, en una exposición titulada Discurso de la cultura –a la cual, por cierto, se puede acceder a
través de la web- plantea el debilitamiento del concepto de cultura, en la
medida de que si todo es cultura, ya nada lo es, proclamándose abiertamente en
contra del relativismo cultural y sus consecuencias. El valorar, el sopesar, el
elegir, parece haberse convertido en mala palabra, en algo propio de
“conservadores” y “autoritarios” y es, al menos, políticamente incorrecto
sostener que determinados valores culturales son preferibles a otros. La
diversidad cultural parece haber devenido en una incapacidad valorativa y, a
partir de esa situación, la decadencia de los valores culturales se convirtió
en un signo de nuestra época. Se ha impuesto la mirada de que “todo vale lo
mismo”, lo cual -dirá el premio nobel peruano- no ha significado más que decir
que “ya nada vale”.
Por otra parte, la idea de un canon universal siempre ha supuesto una
mirada elitista y la marginación de toda expresión cultural que no estuviera en
sintonía con esa medida de todas las cosas. Y los juegos de poder parecen
emerger allí más claramente, en tanto, en definitiva, ¿quién establece el canon y bajo qué
legalidad?
El fuerte acento en la diversidad cultural ha dotado a nuestras
sociedades de una mayor riqueza y ha permitido escabullirnos del autoritarismo
de la considerada a sí misma elite cultural.
Ambos posicionamientos llevados a su extremo -ya sea el autoritarismo
cultural del universalismo o el relativismo que ya nada valora- parecen ser
fieles representantes del agotamiento de un momento u otro del transcurso de
los más recientes cambios culturales de nuestra humanidad. En ese vaivén
pendulante de conceptos hegemónicos que suele mostrar la historia, los cambios
culturales de la globalización posmoderna parecen haberse inclinado fuertemente
a favor de un relativismo que ha ido exacerbando su postura y que, sin embargo,
comienza lentamente a generar un movimiento en contrario.
El aporte innegablemente positivo de los estudios antropológicos en el
campo de la cultura, el beneficio conceptual y democrático de la idea de
diversidad cultural, son valores que han llegado para quedarse, pero que en su
propio devenir han instalado el germen de la vieja tradición universalista de
marcar límites valorativos, en tanto comienza a operar socialmente el reclamo
de escapar a las consecuencias de su radicalización.
Aunque Vargas Llosa pueda sonar demasiado fatalista, no parece estar tan
errado en su presunción de que los cambios culturales de las últimas décadas no
han hecho más que debilitar el concepto de cultura, hasta el punto de casi
darle muerte. ¿Estamos frente al “fin de la cultura”? Ciertamente, no, pero
quizás como en ningún otro período de tiempo, el desafío es enorme, porque la
sociedad se ha complejizado como nunca antes y la diversidad ha aflorado con
toda su magnitud -aunque en un movimiento global que en su contracara tiende
también a envasar, caricaturizar y homogeneizar esa misma heterogeneidad que
proclama, alienta y genera- y el valorar, el discriminar positivamente entre
los diversos grados de valores en juego, pasa a ser la tarea central que tenemos por delante. Y esta conlleva el regreso a un ejercicio
fundamental para la salud democrática de toda sociedad: el debate fundado en la
capacidad argumentativa, donde la pluralidad de miradas de todos los actores
involucrados se pone en juego dialécticamente y se cristaliza en tomas de
decisiones surgidas a partir de la consagración de los mejores argumentos. Y
con la mirada apuntando al campo ético y a la mejor construcción posible de un
factor que resulta más decisivo que el capital económico en esta sociedad del
conocimiento: el capital cultural.
La
labor es compleja, en la medida que se debe oscilar
entre dos procesos por momentos complementarios, por momentos contradictorios,
característicos de la globalización cultural: por un lado, uno que visualiza
los procesos de cambio cultural en los niveles globales, y, por otro lado,
aquel que considera el contexto local de cultura. Se rescatan y se acentúa la
defensa de las identidades culturales autóctonas, a la par que el movimiento
global abre las puertas a la convivencia en un bricolaje de
identidades, a la composición cultural híbrida. No la tienen sencillo quienes
de algún modo están en el primer frente de esta batalla entre los cambios
culturales y los valores.
¿Y
quiénes son aquellos que están en ese primer frente? ¿Qué actores constituyen
lo público, son determinantes en la producción y circulación de los valores
culturales y proyectan las posibilidades de enriquecimiento del capital
cultural en una sociedad? Entiendo que
existen al menos cinco actores fundamentales, relacionados y en modo alguno
interdependientes: el núcleo familiar, las instituciones educativas, los medios
de comunicación, los gestores culturales y los actores políticos.
Y
en buena medida cualquier proyecto político inteligente y deseable para el bien
común de una sociedad contemporánea, debe construir sus políticas culturales
sobre la base de enfrentarse al desafío desde una óptica ética que atienda la
problemática de manera integral, o sea, incorporando decididamente a esos otros
actores.
Como
sea, en tiempos donde el valor supremo de lo cultural parece estar arraigado en
lo divertido, lo simpático, lo espontáneo, lo fresco, lo efímero e incluso lo
decididamente chabacano no será sencillo apelar a una subjetividad ávida de
“consumir” otros “productos” culturales,
aquellos cuyas huellas escapen al mero divertimento de ocasión y, en
definitiva, marquen valores positivos en la comunidad. Pero esto es parte
vital, justamente, del desafío que todo actor político toma al momento de
asumir su rol. Hay una larga tarea de reconstrucción por delante y hacia allí
es donde debe orientarse la tarea.
Se
abren en nuestro país, a partir de una nueva instancia electoral, renovadas
posibilidades de abordar una coyuntura que es adversa en el plano cultural. Los
principales problemas que el país está padeciendo en materia educativa o
incluso en materia de seguridad pública, tienen que ver básicamente con esta cuestión
de la desvalorización del capital cultural, con la debilidad del entramado que
conforma el espacio cultural-ético. Fallará toda política de gestión o proyecto
técnico en áreas como la educación y la seguridad -temas que la ciudadanía ha
puesto en el tapete como su principal preocupación-, sino es abordada desde el
concepto central que es el del fortalecimiento del capital cultural, abordaje
que requiere ir más allá de la mirada meramente economicista o del modismo de
la diversidad carente de valoraciones con que se han sustentado estas políticas
en los últimos años. Una cultura de valores y valores culturales que
fortalezcan la idea de convivencia y bien común es la propuesta que debe
encabezar una política cultural que logre superar las actuales dificultades.
Articularla y ponerla finalmente en juego es el desafío por el que se debe
estar trabajando desde ya y más allá de banderías político partidarias. Desde
el aporte de ideas apostamos a construir junto al otro, porque cualquier otro
camino resulta simplemente inútil y supone la pérdida de oportunidades de
mejorar como sociedad.
2 comentarios:
Existiria un capital economico, dominado por una oligarquia vil, hegemonia que es combatida desde el Estado, quien apropiandose del control de la economia, redestribuye riqueza... toma el capital economico en manos de una minoria privilegiada y lo reparte a mayoria oprimida... Al quitarle a unos pocos para darle a muchos el Estado buscaria equilibrar el fiel de la balanza.
Existiria tambien, un capital cultural, dominado por una elite intelectual. En este caso, sin embargo, la hegemonia deberia ser protegida por el Estado. Por un lado los dueños del capital cultural tienen que ser protegidos del embate invasivo del populacho (exactamente al reves de los dueños del capital economico), y ademas por otro lado deben ser protegidos de influencias externas... que deben ser
¿Como proteger a los dueños del capital cultural del vulgo y de culturas extrangeras? Sacandole dinero al vulgo para darselo a la cultura. Un pintor de paredes, como un compositor de jingles, deben pagar impuestos, impuestos que subsidiararn a un pintor de murales, como a un compositor de canciones...
"la política es el arte de conseguir que tus intereses egoístas parezcan intereses nacionales"
Cuando el autor habla de "valor cultural", y asumiendo que lo hace despues de haber estudiado a Boudrieu, Adorno, Heidegger, Marcuso, Gramsci, Ortega y Gasset y muchos mas, habla de la cultura valorada, o cultura como valor. Hace 500 años, el libro no era una herramienta o formato de conocimiento, era un lujo exclusivo de la alta nobleza y alto clero. Gutenberg hizo del libro un mero soporte. Hace 200 años la musica era algo efimero . Edison hizo que se pudiera grabar, perpetuar, trascender. Curiosamente el primer libro impreso fue la biblia, y la primer resproducion musical fue una cancion infantil... Hace 30 años los soportes fisicos (el libro el disco) dejaron de ser necesarios... La internet hizo que sea mas facil leer a Bourdieu que tener saneamiento. Defecar en un sistema cloacal es valor... consumir productos culturales es gratis...
La cultura dejo de ser un método de desclasamiento positivo. Ser “culto” hoy es un ornamento secundario. Un lujo estúpido y prescindible.
Al vulgo ya no le interesa mostrarse culto. Para ser presidente hoy ni siquiera es necesario saber hablar. El primus inter pares no sabe conjugar el verbo poder, decir puedamos es igual a recitar a Neruda...
La cultura no necesista ser protegida de nada ni nadie, puesto que no está en peligro. Lo único que peligra aquí es un modelo de negocio obsoleto y la buena imagen que ciertos sectores no se merecen
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