viernes, 17 de junio de 2016

Violencia e inclusión educativa

Estimados, comparto mi artículo “Profe puta e inclusión educativa”, publicado en la edición del jueves 16 de La Diaria.

Profe puta e inclusión educativa

Hace pocos días, nuevamente una profesora fue agredida por un alumno, esta vez en el liceo 49. El chico en cuestión fue el mismo que muy poco tiempo antes había cometido una agresión similar en el liceo 25. La docente debió soportar toda clase de agresiones verbales, sumado a que fue empujada y acorralada contra una pared mientras el alumno discurría en sus groseros insultos. Violencia física y verbal.
El caso se hizo público a partir del paro convocado por los docentes, a partir de la resonancia mediática que suelen tener los paros. Por supuesto, algunos prefirieron cuestionar la medida y no debatir lo importante del asunto, que es la violencia que se vive a diario en nuestras instituciones educativas y que sufren tanto los alumnos como sus educadores.
El sistema educativo público uruguayo es el epicentro de distintas formas de violencia, que reproducen y canalizan, por supuesto, la violencia que circula a raudales en nuestra sociedad. Se sabe: el sistema escolar es atravesado por todos los hilos sociales. Pero en tal sentido, y aunque la violencia allí presente sea cometida y padecida tanto por hombres como por mujeres, debemos ser claros en un punto: son en particular las mujeres (y eso más allá de la evidente feminización del sistema educativo) las permanentemente agredidas en nuestras instituciones escolares.
Desde hace ya unos cuantos años asistimos a situaciones en las que maestras son golpeadas por padres (y, en la mayoría de los casos, madres, que atacan a la referente educativa de sus hijos), y venimos asistiendo también desde hace un buen tiempo a una realidad aun más desoladora, que es la del ciclo básico, en donde no sólo se producen casos de alumnos que golpean a profesoras, sino que se ha convertido en moneda corriente la agresión verbal.
Nuestras educadoras suelen ser insultadas de manera denigrante, sobre todo en el ciclo básico, en donde es habitual escuchar a alumnos (justo en esa edad en que se están construyendo como sujetos que valoran) que tratan de “putas” y “zorras” a sus profesoras, amén de recurrir a otros adjetivos que responden a ciertos códigos contrarios a toda forma de autoridad y puesta de límites por parte del mundo adulto. Así, el docente con frecuencia es tildado de “alcahuete”, botón”, “ortiva” y calificativos similares.
Para ejemplificar esta situación contaré un caso ocurrido hace poco en el liceo de ciclo básico en el que ejerzo mi tarea docente. Con motivo de las primeras reuniones docentes de evaluación, los profesores de un grupo particularmente complicado del liceo tuvimos la oportunidad de evaluar en equipo la situación de cada uno de los alumnos y del grupo en general. Al llegar el momento de detenernos en un alumno particularmente violento, que viene generando problemas graves dentro de la institución, una de las colegas narró lo que le había tocado vivir con él recientemente. Contó que en una de sus clases lo tuvo que “invitar” a salir del salón, para poder seguir con la clase sin que siguiera agrediendo física y verbalmente a otros alumnos que intentaban ejercer su derecho a ser educados en un clima adecuado. Tras el pedido de la profesora, el alumno se retiró, insultándola, pero se colocó luego con la cabeza atravesando la ventana (que no tiene vidrio) de la puerta del salón de clases, y allí permaneció, repitiendo una y otra vez la misma frase, “profe puta, profe prostituta”, a la que sumaba otras referencias de tono sexual referidas a la docente. Todo esto ocurrió ante la mirada del resto de los alumnos, que reclamaban “que se hiciera algo” para terminar con el violento espectáculo que estaban padeciendo.
Frente a una situación que no sólo constituía un ataque a su dignidad y era motivo de un estrés emocional marcado, la profesora trató de no responder a la provocación, quizá por miedo, quizá para evitar males mayores. Lo cierto es que se mantuvo estoica. Justamente, cuando terminó de contar lo que le había sucedido, fue esto último -su estoicismo frente a una situación absolutamente violenta- lo que motivó la primera reacción de las autoridades presentes (una representante de la dirección, una adscripta y la psicóloga de la institución), que atinaron a felicitarla por no haber reaccionado, por haber permanecido en su rol de “profesional”, en su rol de “adulto”, y no haber siquiera pestañeado. A su vez, la invitaron a escribir un papelito en el que debía contar el hecho, y le dijeron que luego lo juntarían con otros papelitos que narraran casos similares en los que estuviera involucrado ese alumno y los elevarían, finalmente, al Consejo de Educación Secundaria, para ver si en un futuro próximo se podía lograr que comenzara a asistir sólo medio turno. Eso sí, el alumno involucrado no sería nuevamente suspendido -a esa altura, las observaciones de conducta se contaban en números de dos cifras: acumula agresiones y faltas de todo tipo dentro de la institución-, porque, según indicaron las mencionadas autoridades presentes, “no es la solución”. Cuando se lo ha suspendido “vuelve peor”, dijeron, y además remarcaron que “se lesionan” los “derechos educativos” del estudiante cuando se le suspende su concurrencia al liceo. La cuestión, según parece, es apelar a incluir a toda costa, aunque sea fomentando -sin que sea la intención, pero sí la consecuencia- la cultura de la impunidad con que estamos educando a muchos de nuestros adolescentes en los liceos.
En lo esencial, son las mismas explicaciones que brindó por estos días la directora general de Secundaria frente al caso de agresión ocurrido en el liceo 49: minimizar los hechos de violencia, pensar las agresiones bajo parámetros de una supuesta inclusión, educar a los gurises en la lectura de que no hay consecuencias punitivas frente a los actos de violencia cometidos contra otros, frente al no respeto a las reglas, incluyendo las no escritas sobre lo que implica la mínima convivencia social. El ejercicio de la autoridad es visto como un ejercicio autoritario que lesiona derechos. Confundir autoridad con autoritarismo o con insensibilidad ante alumnos en situaciones vulnerables termina por resultar un combo explosivo que afecta negativamente a todos los involucrados.
Por supuesto, este caso narrado no es el único dentro del liceo; hay casos aun más graves de conducta violenta, casi todos vinculados a alumnos con variadas patologías psiquiátricas que están sufriendo esta concepción errónea de lo que, efectivamente, implica incluir. Son, a la vez, víctimas y victimarios del sistema educativo.
¿Se entiende la gravedad de esta lógica? ¿Se entiende lo que están padeciendo nuestros alumnos y lo que estamos viviendo los educadores y, en particular, las mujeres que ejercen la docencia en nuestro país?
Los profesores, viene bien recordar, también somos personas, más allá de que seamos profesionales de la educación. Muchos colegas terminan padeciendo problemas de salud mental a causa del estrés laboral y del desamparo que vivimos a diario frente a situaciones que nos violentan desde lo emocional hasta lo estrictamente profesional.
Y la tan mentada inclusión no deja de ser una farsa de consecuencias nefastas, porque para incluir tienen que darse las condiciones adecuadas, que son justamente las que hoy no tenemos ni por asomo. La amplia mayoría de los liceos no cuenta con equipos multidisciplinarios ni con personal docente e infraestructura adecuada que permita apelar a estrategias pedagógicas y de salud mental que, al menos, hagan visualizar formas mínimas de integración. Por el contrario, en este panorama que tenemos estamos simplemente generando formas permanentes de estigmatización y discriminación, de exclusión dentro de una supuesta inclusión. O sea: obtenemos exactamente lo contrario de lo que se busca.
Porque es fundamental cuidar a nuestros adolescentes y a nuestros colegas, es clave enterar a la población de las situaciones que se viven a diario en la educación. Alcanza, en tal sentido -sin detalles de nombres particulares y con referencias generales a roles y situaciones, para proteger la identidad de todos-, con narrar los casos particulares y colectivos que a diario vamos viviendo, para trascenderlos y exponer un tema que va más allá de nombres y rostros. Sería un primer paso para dejar de ser cómplices involuntarios de la violencia, para dejar de enmascararla y justificarla en nombre de “derechos” sin responsabilidades y teorías psicológicas que, paradójicamente, generan instituciones vulneradas en las que se lesionan derechos más amplios de alumnos y educadores y en donde se patologizan los vínculos, generando problemas de salud mental aun mayores que los que ya estamos padeciendo.
No permanecer estoicos frente al “profe puta”, y cuestionar el patológico modo de inclusión que estamos amparando, es socialmente vital y éticamente imprescindible.
El mundo adulto debe responsabilizarse. Somos nosotros, y no nuestros adolescentes, los que estamos fallando estrepitosamente en nuestro rol.

17 comentarios:

Unknown dijo...

Llegamos a un nivel- por negligencia, o por idiotez "politicamente correcta, y hasta en algunos estamentos fanáticos, por maldad- en que esto, hoy 2016, por las buenas, salvo que haya una tragedia mayor, no lo arreglamos. El drama es que esto no es el Siglo de las Luces para esperar un déspota ilustrado. Ni siquiera el S XIX para que un Latorre respete a un Varela....Se deben poner límites a toda costa, aún de dajar alguna cosa en el camino, y ya. La anomia social está ahí,a un milímetro. Hay que olvidarse ahora,y abominar para siempre a todas las teorías derivadas y al propio mayo del 68, que a Occidente solo dañó casi irreversiblemente....

jujocas dijo...



Muy buen artículo. Cuando yo hacía liceo hace 55 años,
me tocó un liceo nuevo donde la ´resaca´ de muchos otros
se reunió y muchos alumnos nuevos, sin historia. Secundaria
resolvió los peligros inherentes poniendo un secretario del
director para esos cometidos, grande y con cara de bulldog,
todos le temíamos, pero era buen hombre, sólo muy estricto.
Expulsó a algunos por cosas muy malas y el liceo marchó muy
bien mientras él estuvo allí. Un claro ejemplo de cosas bien
hechas que estúpidamente hoy ya no se hacen y pagamos el
precio. El joven que insulta habría sido expulsado y echado
a los empujones por el secretario y nadie habría dicho nada.


Unknown dijo...

Impecable y lúcida columna. En todos los planos de lo social estamos retrocediendo frente a la violencia sin exigir a cada persona -más allá de su condición socioeconómica- su obligación y responsabilidad de convivir pacíficamente con los demás.

hugo dijo...

Muy interesante la información sobre algo que nos estamos acostumbrando a leer y vivir con mayor frecuencia cada vez. Lamentablemente, este tipo de situaciones se hace más común en la Educación Pública de Secundaria. Los liceos privados tienen un control mucho más estricto bajo la presión de los padres de compañeros de clase que pueden sufrir este tipo de situaciones. Las instituciones privadas, con excepciones, proceden rápidamente a la eventual expulsión del alumno/a problema, principalmente porque ceden ante la presión de las familias y porque quieren cuidar a sus clientes para el próximo curso.
Ya en EE.UU., que generalmente las cosas ocurren aprox. 20 años antes que acá (desde el uso de celulares hasta la violencia en las clases), conozco muchos docentes que dejaron de ejercer, consiguieron otro trabajo en industria o comercio, y están encantados de no tener que lidiar con este tipo de problemas laborales.

Graciela Balparda dijo...

Excelente tu artículo, Pablo. Yo también fui al liceo hace 50 años y a la Directora se le tenía muchísimo respeto. Su sola presencia lo imponía. La permisividad fue avanzando tanto, para “proteger” los derechos de los “gurises”, que así estamos. Hay muchas raíces que generaron el crecimiento torcido - a mi parecer, algunas muy obvias - y una es una cierta izquierda que, con malos recuerdos del autoritarismo, creyó que los límites, el ejercicio de una sana autoridad, hablar correctamente evitando improperios, era un camino para acercarse a los muchachos. No se puede arreglar el pasado ni lo pasado ni las cabezas anacrónicas o ciegas pero es hora de hacer algo en la práctica y no solo sentarse a dialogar mate en mano. Gracias por compartir tus palabras y por permitirnos comentar

Unknown dijo...

Para pensar y sentir q nos duele nuestro país. Dónde y cuándo comenzaron a perderse nuestros niños? Por qué parece q todo está perdido cuando la vida recién comienza?
Es q a veces el salon d clases es el pais d los excluidos q golpean e insultan y quieren escapar d una realidad atroz q los condena. Y no nos habian dicho q iba a ser asi.
Ojalá el amor el bien y la esperanza todo lo puedan,ojalá .
Y creer q es posible un mañana.
T felicito por este artículo comprometido q se anima a mirar la realidad c los ojos abiertos.
Gracias

Patricia dijo...

Hola Pablo, hay varios puntos en este artículo de suma importancia, uno de ellos es la violencia hacia las maestras, que "casualmente" se da a manos de otras mujeres (en la mayoría de los casos), violencia que creo no pertenece al área de la educación exclusivamente, sino que se produce en todas las áreas de la vida cotidiana de las personas, situaciones que otrora podrían haber sido impensables, ahora están presentes y responden al incremento de la violencia en la sociedad en su conjunto.
La psicologización de la educación, parecería aumentar al mismo tiempo que aumenta la violencia y en ese sentido percibo una suerte de justificación y revictimización de niños, adolescentes, jóvenes, etc. y la necesidad de buscar soluciones falsas a problemas concretos, como lo son la falta de límites (de los cuales los psicólogos han hecho una apología) el abandono real y disfrazado, el individualismo, las frustraciones y otros, la inclusión es una más de ellas, basta mirar el recientemente inaugurado: Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente, para materializar la palabra de moda.
Saludos.

Leonardo Peluso dijo...

El artículo y la situación relatada nos deberían hacer pensar sobre las formas de violencia que se van imponiendo en nuestras sociedades... no creo que haya más violencia que antes, yo creo que se manifiesta en otras formas. Eso hace que no podamos lidiar con ellas, porque no modificamos las formas en que las podemos abordar.
Creo que es una situación que no se puede leer de forma simplista, sino en el marco interpretativo de la complejidad y la dialéctica. ¿No será que la violencia de los estudiantes es, a su vez, el efecto de las instituciones a las que los obligamos a concurrir, carentes de todo significado para ellos, y por lo tanto violentas en tanto son impuestas? ¿Es violento el estudiante o la institución que lo recibe: masificada, con propuestas del siglo pasado y con profesores que por la propia situación de violencia que ellos mismos viven (salarial, institucional, moral, etc.), no se sienten felices por ejercer la profesión que eligieron tener?
En fin... ni unos ni otros son culpables de una realidad que se nos impone como estructura, nos entrampa a todos y apenas nos deja pensar... Mientras escribo esto resuena en mi mente la cancíón "Sobreviviendo" de Victor Heredia...

Anónimo dijo...

Dejémosnos de seguir pensando en lo que es "políticamente correcto" y digamos lo que muchos, muchos piensan: un pibe como ese, lo saco del liceo y de allí al cuartel. Tiene razón el Comandante en Jefe.

Alfredo Saez Santos (Charo) dijo...

Padeci en las postrimerías del milenio y siglos pasados (¡què cercano estamos...que nada hemos avanzado y sì mucho empeorado!)sucesos análogos a los aquí narrados.
No pretendo armar un circuito explicativo sobre el caos. Solo tomarèante la motivación de Pablo Romero aspectos parciales para que "otros" restauren el sistema , lo recuperen y lo mejoren cuando las calendas griegas:A) Somos prisioneros de las palabras que se ideologizaron determinando, desde los adultos del nuevo Poder advenido al Estado, conductas mórbidas.A) Ejercer la autoridad legitimizante del Orden es "autoritarismo" depredador y por ende "dictatorial", "tiránico" y anexos conexos. B) En el primer momento del contencioso generado en un Liceo-el que sea- con sus procesos administrativos disciplinarios, predominará necesariamente desde los decisores institucionales el sentido de disculpa o freno de la punidad hacia el "ángel" de la victimizaciòn social y otras frases hechas de las disculpas extemporáneas, nutrientes de la inacción.
CONCLUSION DESVARIADA: Esta problemática no tiene solución inmediata. Deberàn pasar muchos hechos sociales mas -de todo tenor drástico- que viajaràn invictos por varias generaciones hasta que algo s solucione.Concluirá cuando se produzca otro fenómeno de "Circulación de las Êlites". No lo veré.

Unknown dijo...

Pablo gracias y sin desperdicio su artículo. Pregunto entonces como las otras personas que si vemos nuestros derechos lesionados dónde quedan los mismos. Por qué y hasta cuándo debemos aceptar agresiones enmascaradas en y con reacciones esperadas ante la puesta de límites? Somos muchos (la mayoría) los docentes preocupados con cada una de las personas con las que compartimos nuestros días de clase. Pregunto además por los demás que deben soportar, si, soportar a esos compañeros que presentan tales problemáticas. No nos ven como seres humanos. Somos como bolsas de arena a las que los boxeadores pegan y pegan sin parar, que debemos "soportar estoicamente" como relata ud, agresiones de todo tipo haciendo gala de nuestro profesionalismo y de nuestra conciencia y madurez, mientras los demás responsables, familias, autoridades avalan y terminan validando las reacciones de niños y jóvenes que a las claras demuestran y piden guías de vida. Poner límites dice a niños y a jóvenes que los queremos. Que nos importan. No se cual es la solución. Pero como debatimos ayer en ATD con mis colegas, la reacción y declaraciones de la Sra. Ministra de Educación no hacen más que afirmar las apreciaciones del " maestrito de 6º" al que tan despectivamente se refirió. Sin duda estructuralmente no están dadas las condiciones para el cambio profundo. Gracias por ser una voz para los que creemos y somos conscientes de la implicancia de nuestras acciones en la vida de esos niños y jóvenes.

José Pedro Benítez dijo...

Que nivel de convivencia y tolerancia le estamos pidiendo a nuestros jóvenes cuando la máxima autoridad de la enseñanza se expresa como se expresó, SOBRE UN DOCENTE, MAESTRO
Cuando fue estimulante al aplauso del presidente de todos los uruguayos que el equipo de Muñoz, Mir y Filgueira, harían el famoso cambio de ADN en la educación y Mir con argumentos técnicos reales planteó que no iba a ser posible, si no se daban otras variables
Ídem, de otros actores políticos, que mandaron a las escribanas a atender sus hogares y aplaudir la multitud de hijos en un escenario lejos de ser los mejores para el futuro desarrollo de esos niños
Gravísimas situaciones que si le agregamos los hechos del barrio Marconi, van mostrando una tónica que frustración, impotencia, muestra una pésima gestión, que apunte a una mejora sustancial, en el mediano plazo
Donde todos sabemos que la educación y los valores son el pilar de la convivencia y tolerancia de cualquier sociedad que se considere justa y civilizada
Quo vadis Uruguay?

Luis dijo...

Articulo excelente, por la claridad de exposicion así como por las valoraciones en juego.
Me preocupa más, dentro del coro de comentarios al que me sumo, la cantidad de enfoques rigoristas para con el alumno (insoportable) y que las críticas alcancen incluso a la izquierda (que por cierto merece) y falte una, digamos, etiología del fenómeno. Para mí es claro que este alumno con captación seguramente inconsciente del estado de la sociedad nuestra transmite la impunidad que lamentablemente nos caracteriza.
Si ante los militares han caducado todas las exigencias de hacerse cargo de sus actos (últimamente ha caducado la caducidad pero con poco efecto real), y actúan y defienden sus aberraciones como honorables, si los negociantes del futbol roban millones y todavía testimonian, nuestra sociedad ha perdido el respeto que nos debíamos deber.
Hemos salido mal de la dictadura y su ponzonna.
Luis E. Sabini Fernández

Anónimo dijo...

aNÓNIMO:
Me alegro que al fin este tipo de situaciones que atentan contra la dignidad del docente en todo sentido, y que lamentablemente yo lo he sufrido, ocultado por Directores e inspectores por aquello de que pobre joven, salgan a luz . La justicia tarda pero llega.

Pablo Romero García dijo...

Estimados, agradezco enormemente sus comentarios, que marcan la importancia y sensibilidad respecto del tema. Y dejan al desnudo lo que estamos viviendo. Es fundamental compartir esas experiencias y reflexiones, pues el tema es ciertamente complejo y requiere involucrar la mayor cantidad de actores públicos posibles. Nos jugamos mucho como sociedad en este asunto.
El jueves que viene, teniendo como disparador este art´ciulo publicado en La Diaria, estaré charlando sobre el tema en el programa Suena Tremendo, de radio El Espectador (810 am), minutitos después de las 14:30. Espero puedan escuchar y participar con sus puntos de vista.

Abrazos!

Unknown dijo...

Estimado Romero y lectores de "Asueto de las...":

Me interesa muchísimo la cuestión presentada. Tomé conocimiento a través del correo electrónico enviado por usted mismo, Romero, a mi casilla de correo, y accedí luego a La Diaria. Publico un blog sobre cuestiones sociales y políticas rioplatenses, a veces editando desde una de las bandas del gran estuario, a veces desde la otra ("¡Ansina es!..." / www.gervasioespinosanotas.blogspot.com.ar).
Romero ha sido explícito en la presentación del caso y de la problemática, y ha emitido un preciso juicio:

«No permanecer estoicos frente al “profe puta”, y cuestionar el patológico modo de inclusión que estamos amparando, es socialmente vital y éticamente imprescindible.
El mundo adulto debe responsabilizarse. Somos nosotros, y no nuestros adolescentes, los que estamos fallando estrepitosamente en nuestro rol.»

No soy docente, mis desempeños en la vida han sido y lo son todavía los técnicos electromecánicos y la comunicación, la comunicación periodística y el cuidado editorial de textos académicos; si es docente la compañera de media centuria de vida en pareja con más de cuarenta años de ejercicio en la enseñanza secundaria en las provincias argentinas de Santa Fe, Misiones y Buenos Aires dictando una materia que podría calificarse como "áspera", "compleja".

Es cierto que vivimos la mayor parte de nuestras vidas en situaciones menos anómicas aunque más autoritarias que las presentes. Pero la particularidad es que pertenecemos a una generación, la que ahora cursa entre los ochenta y cinco y los sesenta y cinco años de edad, que tuvo más precisas las consignas de la vida social. Si Romero me permite un chiste, le digo que usted cabalmente, por su párrafo que he copiado, parece más un bien parado septuagenario que un cuarentón en equilibrio inestable...

Beti nunca dejó pasar o disimuló algún agravio, y tampoco fue una profesora rígida, antipática o lejana. En los quintos años hubo cursadas durante los años setenta y ochenta con los que había inclusive trato recíproco de tú. Cuando algún estudiante se descarrilaba, cosa propia en la adolescencia y en tiempos de crisis social, simplemente se acercaba y le hablaba bajo, al oído. Comprensiva, pero terminante: acá no.

Inclusive, relato, una vez me tocó actuar a mí, como "consorte" de docente reconocido por estudiantes de los establecimientos en los que trabajó. Llegábamos a una de las escuelas y a un par de cuadras se iniciaba una pelea entre dos estudiantes, uno fornido y otro que no lo era, que, además tenía un par de años menos de edad. La situación era alarmante porque alguno iba a quedar herido. Compañeros, muchachas y muchachos no atinaban a resolver la situación, y algunas personas mayores, trabajadores que allí esperaban medios de transporte público, no intervenían sino que expresaban desagrado y críticas generalizadas e injustas sobre la condición juvenil. Yo actué, como lo advertí antes. Simplemente me introduje en "la arena" y con voz firme dije: "se acabó, no hay más trompadas; diriman sus diferencias con palabras, son personas humanas, y si no paran seré yo quien a los dos les arranque las orejas". La pelea terminó. No fui autoritario y no hubo necesidad, como ya sabía que no lo sería, de retorcer orejas. Simplemente ejercí autoridad de autor, de adulto.

Acierta usted, Romero, cuando afirma: «Somos nosotros [...] los que estamos fallando estrepitosamente en nuestro rol». Falla nuestra institucionalidad, fallan nuestras instituciones, la política. Ha fallado la inclusión porque está pensada como producto y no como construcción solidaria y voluntaria; como derecho y libertad concedidos y no como libertad y derechos ganados. Hemos llegado a pretendernos progresistas infiltrando en nuestro accionar idearios y acciones de derecha, reaccionarios.

Salud, Romero, no bajen los brazos usted y sus colegas lúcidos.
Gervasio Espinosa

Pablo Romero García dijo...

Muchas gracias por su amable y lúcido comentario, Gervasio. Coincidimos plenamente, por cierto. Abrazo grande!