jueves, 11 de diciembre de 2014

En busca del sentido educativo perdido

En estos días se presentó públicamente el informe del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed), que -entre otras cuestiones claves- deja al descubierto que Uruguay es el país de la región con menor porcentaje de jóvenes -de entre 18 y 20 años- en tener aprobado los doce años de educación formal.  A su vez, el estudio remarca el hecho de que: “Hay ausencia de tareas que requieran reflexión crítica, comprensión y argumentación". Y añade: “esto es consistente con el reclamo de los estudiantes de falta de significatividad (…)”. Resumiendo: una cifra importante de adolescentes uruguayos no logran terminar los estudios secundarios y existe un marcado declive en el terreno del pensamiento crítico, situación acentuada tanto por el  tipo de tareas que proponen los docentes, como por la falta de sentido educativo que enuncian los alumnos. Falta de reflexión y de sentido. Al respecto, hace poco escribí una nota (titulada ”Humanizar la educación”), donde planteo justamente que esa carencia es uno de los ejes que deben atenderse en lo inmediato, fortaleciendo el área humanística desde los últimos años escolares y particularmente en el ciclo básico, en el marco de la imperiosa necesidad que tenemos de revertir esta situación.

Y quisiera agregar algunas reflexiones que complementan lo planteado en esa nota: al menos desde mediados de los 90’, el sistema educativo apunta básicamente -desde su concepción de fondo- al mercado laboral, descuidando, a la par, la formación humanística (y con ella a sus cometidos universalistas y dotadores de sentido, que atiende sobre todo a la formación ciudadana de cuño intelectual). Y no hablo estrictamente de los contenidos curriculares de cada disciplina cuando me refiero a que el sistema educativo medio apunta sobre todo al mercado laboral, sino –por ejemplo- al objetivo de las constantes flexibilizaciones en la evaluación (que apuntan a que los chicos terminen al menos un ciclo elemental de formación y puedan insertarse en el ámbito laboral) y, en muchos casos, a las propias prácticas docentes, que van en el mismo sentido, en tanto se ha derrumbado hace tiempo el pensar que primeramente se está formando a ciudadanos que harán de nuestra sociedad un espacio mejor. Ya no se forma pensando que esos chicos puedan llegar a ser futuros universitarios, futuros profesionales. La masificación de los estudios secundarios aniquiló la concepción de pensar este nivel de formación como el de un espacio de formación pre-universitaria, como el espacio clave de los futuros ciudadanos de impronta humanística y científica de nuestra comunidad.  Y el precio a pagar por tal viraje está resultando extremadamente alto. El discurso instalado es el de la importancia de "al menos prepararlos para la vida cotidiana y/o el trabajo". En tal sentido, lo que finalmente parece verse es que cada vez se exige menos, se flexibiliza y se contextualiza más la educación que se imparte. Y los resultados, aún en busca de ese objetivo, son contraproducentes. A su vez, a esta orientación que ha tomado secundaria, se le agrega otra “exigencia social”, igual de nefasta: el pedido de que se dicten contenidos que sean "atractivos" para los alumnos, contenidos “divertidos”, lo que suele ir acompañado de esa otra idea de que no todos son "genios" ni van a llegar a la universidad, por lo cual habría que preocuparse por “atraparlos” con temas de su “interés inmediato” y prepararlos para laburar cuanto antes. En los hechos, esta forma de razonar ha resultado ser un desastre y ya forma parte de una resignación naturalizada, que se fue dando en el propio cuerpo docente, incluso en muchos de los que se plantan desde posiciones críticas a esta visión educativa. Y el resultado es el que muy bien plantea el informe: "Hay ausencia de tareas que requieran reflexión crítica, comprensión y argumentación". Diría que lo que hay es unas cuantas generaciones consecutivas que han ido perdiendo esas cualidades, vitales para toda democracia madura, para el mejoramiento de toda sociedad.

El discurso por hacer una educación "divertida", sin mucha carga “intelectualosa inútil”, en una sociedad con amplias franjas con un caudal cultural muy bajo, termina causando estragos, particularmente en los alumnos de liceos de menor nivel socio-económico, lo que termina por reproducir la desigualdad, por disminuir las posibilidades de estos chicos frente a aquellos que preparan a sus hijos en instituciones (sean privadas o públicas pero con un alumnado apuntalado por un nivel familiar de mayor formación intelectual) donde efectivamente se apunta a que la amplia mayoría continúe sus estudios a nivel terciario, sin tener que apartarse prontamente para ingresar al mercado laboral (y cuando efectivamente lo hacen, ingresan con otras posibilidades, habiendo además formado su "cabecita" de mejor manera).
Por esto mismo, cuando reclamamos que en los liceos públicos preparen a los chicos con cosas "divertidas", con cosas que no los "aburran", con contenidos que les puedan ser "útil" en lo inmediato, no nos damos cuenta del error que estamos cometiendo, de la medida en la que estamos colaborando en reproducir esa desigualdad y en hipotecar parte de un posible mejor futuro para esos chicos.
A su vez, estos discursos suelen venir de gente con formación, que generalmente busca para sus hijos otros objetivos. Por lo tanto, cabría preguntar: ¿usted quiere que su hijo se "divierta" en el liceo y lo preparen para "laburar" en lo que sea o que -aunque por momentos le resulte "aburrido" y le implique un esfuerzo, como lo supone casi todo los buenos logros que alcanzamos en la vida- lo formen con solidez intelectual, para que sea un sujeto reflexivo y continúe estudios terciarios? Lo que desee para su hijo, sería bueno que lo deseara para todos. ¿O hay que asumir que muchos no van a llegar, por sus contextos desfavorables y que, como "no les da la cabeza", hay que desearles menos en cuanto a sus objetivos a la hora de transitar por el sistema educativo? Si llegan o no, va más allá del esfuerzo que el sistema educativo de secundaria debe hacer al respecto, pero su objetivo debe dejar de ser principalmente el de formar para el ámbito laboral. Esa finalidad, en todo caso, la deben tener como primordial otras instituciones de educación media, sea la UTU o alguna otra, pero Secundaria debe recuperar su papel de formación intelectual calificada, con un perfil científico/humanístico en armonía, en equilibrio (hoy ese déficit está más acentuado en la formación en el área de las disciplinas reflexivas, particularmente en el ciclo básico, producto de todo ese discurso hegemónico que vengo planteando).

En este marco, la tarea docente parece haber quedado vinculada a la acepción de la educación como un espacio de homogeneización social, en buena medida subordinada a los parámetros de la actividad económica/laboral. Mientras en el proyecto modernista la escuela funcionó como un elemento civilizador de corte universalista, las reformas educativas de los 90’ apostaron a lo local, al espacio más propio de los sujetos involucrados en el hecho educativo, en tanto las palabras claves del nuevo orden educativo pasaron a ser competitividad, eficiencia y eficacia. Reduccionismo a contenidos focalizados (que reproducen las características particulares y no universales en la formación intelectual, lo cual a la larga juega a favor de la reproducción de la desigualdad)  y un lenguaje en clave empresarial, que suelen pregonar –palabras más, palabras menos- la amplia mayoría de los técnicos expertos en educacion. El recetar que hay que formar para competir en el mercado laboral y así insertar al país en el primer mundo, se ha convertido en el slogan recurrente. Los resultados de esa mirada, que incluso la propia izquierda -que en su momento fue tan crítica con esa agenda educativa de los 90'- ha venido cultivando (el machacar de Mujica con formar en oficios y en ciencias técnicas y el atacar permanentemente la formación humanística y universitaria, es sintomática de esto que estoy  señalando), son los que hoy padecemos. Si no formamos debidamente la capacidad crítica de los jóvenes, difícilmente pasemos de tener la capacidad de competir únicamente dentro de una cancha de fútbol. Incluso, quienes somos docentes universitarios, sabemos muy bien respecto del bajo nivel con que llegan –aún en ese nivel educativo- los alumnos en materia de pensamiento reflexivo y capacidad argumentativa. El problema no es menor.

De algún modo, estamos frente al viejo dilema que ya a mediados del siglo pasado se dio en nuestro país en instancias de la creación del IPA (Instituto de Profesores Artigas) y lo que supuso en cuanto a separar la formación docente para secundaria del ámbito universitario, o sea, la histórica instancia del marco del "debate" entre Grompone y Vaz Ferreira sobre los fines y cometidos de la educación secundaria, que a larga generó un dramático tajo en nuestro sistema educativo. La masificación (bienvenida, pero problemática para el sistema medio, que no ha podido responder de la mejor manera ) y el apuntar al mercado laboral antes que a la formación intelectual y la continuación de estudios superiores (más allá, insisto, de que efectivamente se concreten por parte del alumno) ha terminado por instalar un sistema educativo con unas carencias enormes en cuanto a su capacidad de elevar el capital cultural de nuestros alumnos, sumado a un contexto de época que en nada ayuda. Retomar la especificación señalada líneas arribas, el sentido educativo que Secundaria nunca debió haber perdido, se vuelve imperioso y es el objetivo que debemos plantearnos tanto educadores como autoridades educativas vinculadas a este nivel formativo.

Resumiendo e insistiendo: el sistema educativo necesita fortalecer fuertemente la formación humanística, hacer hincapié en las disciplinas dotadoras de sentido, que fortalezcan la capacidad de reflexión y la capacidad argumentativa de nuestros jóvenes, comenzando decididamente desde los últimos años escolares y teniendo particular presencia en los años del ciclo básico de nuestra educación media, que es donde su carencia -en el marco de una batalla de ideas que se ha perdido frente la concepción de una educación meramente técnica y dirigida a la formación para el mercado laboral (concepción complementaria y necesaria, pero que desde hace décadas es abrumadora y perjudicialmente hegemónica)- está generando resultados desoladores.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Batllismo y hegemonía cultural del FA

Comparto charla/entrevista que el periodista Ignacio Álvarez me realizó la semana pasada en su programa radial “Las cosas en su sitio” (radio Sarandí), donde abordamos ciertos imaginarios sociales vinculados al campo de la política en nuestro país, refiriendo -entre otros ítems- a cómo el Frente Amplio ha ocupado el espacio -en este comienzo del siglo XXI-  de la representación del viejo batllismo de comienzos y hasta mediados del siglo pasado y cómo, a la par, ha logrado plasmar una hegemonía cultural que resulta decisiva.

Y quisiera provechar para aclarar mejor lo dicho en buena parte del programa: cuando hablo de imaginarios, me refiero a imaginarios que no siempre se corresponden con una ideología acabada y consciente del sujeto que lo adopta (el cual lo hace desde un cierto "talante" que le genera empatía, por ejemplo, con el batllismo, sin definirse como tal o sin siquiera tener claro que supone tal cosa). O sea, entiendo que los uruguayos hemos incorporado el batllismo como parte de nuestro "sello político identificatorio", más allá de ser conscientes a ciencia cierta de lo que exactamente refiere y supone. En grandes rasgos, batllismo ha terminado por significar y suponer -en el imaginario colectivo, consciente e inconscientemente-  cuestiones tales como reformismo social, leyes laborales, derechos para las minorías, protección estatal (el "estado benefactor"), laicidad, oposición a cierta "oligarquía" terrateniente, etc. Y creo que el apropiamiento simbólico del FA -probablemente con toda justicia, por cierto- es claro en tal sentido. Como es claro que el Partido Colorado fue retrayéndose marcadamente en su impronta batllista y parece haber perdido la batalla cultural por ese "símbolo", a mi entender.

El audio lo pueden escuchar directamente en esta entrada de mi blog -donde, como siempre, aguardo sus comentarios para continuar el debate propuesto- o yendo al link de Goear: http://www.goear.com/listen/f6b29d3/batllismo-hegemonia-cultural-del-fa-pablo-romero



viernes, 3 de octubre de 2014

Humanizar la educación

Estimados, en épocas de contiendas electorales, donde se cruzan propuestas varias sobre temas centrales, como el de la educación, quisiera compartirles esta breve nota que he escrito, esperando que a alguno le resulte de interés y se pueda plantear un diálogo, un debate, un intercambio de ideas, al respecto. Ya que los actores políticos difícilmente nos tomen en cuenta, es fundamental que los actores sociales tomemos la posta del debate. Como siempre, sus comentarios son bienvenidos en este espacio del blog.

Humanizar la educación


La principal reforma que debe realizarse en el sistema educativo, particularmente en el ciclo básico, es la inclusión de espacios curriculares dotadores de sentido (¿el por qué?, ¿el para qué? ) y generadores de reflexión, preámbulo para que se pueda trabajar luego cualquier otro contenido disciplinar, incluyendo el que remite a las hoy consideradas materias "básicas y elementales" como Matemáticas e Idioma Español. Hay que volver a apuntalar fuertemente el lado humanista de la educación, fortalecer el capital cultural desde la formación humanística, que es propedéutica a la formación en otras áreas del saber. Así, por ejemplo, deberían apoyarse fuertemente planteos como los de Filosofía para niños, que se imparten solo en algunas escuelas o colegios privados, llevándolos a la educación pública, universalizando su presencia en los últimos años de la escuela pública. E incorporar horas de Literatura y Filosofía desde el primer año liceal (con abordajes y temáticas adecuados a ese momento vital de la adolescencia) sería realmente apostar a renovar con atino y fuerza el sistema educativo. Desde esos espacios se podrían tocar fibras que son vitales "tocar" a esa edad y que supone una instancia previa -porque son generadoras de un sentido que es elemental comenzar por construir- a que puedan comprender, por ejemplo, porqué es importante el estudiar, el formarse intelectualmente, o porque es deseable reflexionar sobre nuestros actos y sus consecuencias o incluso -algo más concreto- el escribir sin faltas de ortografía. O saber pensar matemáticamente. O comenzar a hallar esos sentidos –que son múltiples y que irán variando con los años- que tanto buscan para su existencia y ponerlos en juego con sus pares.
Seguiremos fallando si no entendemos que el problema está en la falta de sentido reinante y la baja capacidad de reflexión, asociada a una drástica disminución del capital cultural, que aqueja particularmente a los adolescentes del ciclo básico. Pero, sin embargo, son seres "filosofantes" espectaculares, justamente en una edad donde comienza a ser central la búsqueda del sentido y el dejar volar la imaginación. Al contrario de lo que se insiste desde hace años (y desde todas las tiendas políticas y desde cuanto “técnico especializado en educación” ha aparecido en el escenario público), creo que hay que apostar fuertemente al área humanística en el ciclo básico y al fortalecer –insisto- sobre todo esa búsqueda de sentidos que el adolescente de hoy día necesita más que nunca. Necesitan más Filosofía y Literatura y menos supuestos de que la educación tiene que estar en consonancia con el mundo del mercado laboral y las nuevas tecnologías o ser simplemente algo “divertido”, que “atraiga a los chiquilines” (en ese caso, deberíamos simplemente montar un cyber café y listo). En tanto docente de Filosofía y de Informática, mi experiencia de campo me ha permitido verificar el supuesto de que la herramienta tecnológica de poco sirve si no hay un sujeto pensante utilizándola debidamente. Cuando se comprenda cabalmente esto –que probablemente a casi todos nos resulta de sentido común-, se comprenderá también en qué estamos fallando en el sistema educativo y se fortalecerá- quizás- desde el arranque del ciclo liceal (o aún mejor, desde los últimos años escolares)  las áreas humanísticas, hoy en amplia desventaja frente a otros espacios del saber.
Por supuesto, esto no significa crear falsas dicotomías, falacias de falsa oposición que tanto mal ya han hecho al sistema educativo, pero sí supone el planteo de una necesidad curricular que hoy se da justamente a la inversa, en tanto las disciplinas humanísticas son clave para el fortalecimiento del pensamiento en esos primeros años básicos de formación intelectual del sujeto adolescente y, sin embargo, los alumnos suelen tener un mayor contacto posible recién a partir del bachillerato, siendo que una amplia mayoría ni siquiera alcanza ese nivel de estudios. O sea, muchos de nuestros jóvenes ni siquiera pasan por un curso que los ponga decididamente en juego con la rica tradición del pensamiento crítico de su propia cultura. Hay que brindarles esas herramientas reflexivas muchísimo antes, hay que brindarles una impronta humanística muchísimo antes en el sistema educativo. E incluso, brindarles talleres de Argumentación sería central. Siendo chicos que en muchos casos están a dos o tres años de ejercer sus derechos ciudadanos, es preocupante la falta de capacidad discursiva y de cultura del debate de ideas que tienen, reflejo justamente de la ausencia de espacios curriculares que apunten a trabajar directamente sobre esa falencia, que tanto perjudica –a la larga- al mejor desempeño de nuestra democracia.
Y no hay que subestimarlos, sino darles la formación que realmente están necesitando estos adolescentes. Hay que enseñarles a pensar reflexivamente, incluso mucho antes –también insisto en este punto- de que aprendan -cosa que también deben hacer, claro- las reglas ortográficas o manejen fórmulas matemáticas o físicas. Hay que traer a escena del espacio educativo del ciclo básico a las materias que justamente se especializan en formar en el área del pensamiento reflexivo. Hace años comenzamos un proceso justamente inverso y hoy -justo hoy, donde ya de por sí la formación humanística está en declive en todos los sectores de la sociedad- vemos las consecuencias de ese repliegue del área de las disciplinas críticas.
Es central trabajar sobre el capital cultural de alumnos y familiares y recobrar el sentido respecto del saber (que no es, ciertamente, el de hacer cosas "divertidas" para los alumnos o prepararlos únicamente para el campo laboral, porque incluso para “generar” un buen trabajador de lo que sea, es fundamental formar un sujeto pensante y un sujeto cargado de eticidad, que no sea indiferente, que no este vacío de valores y sentidos).
El que las Humanidades estén de retiro en casi todo el mundo a nivel de los sistemas educativos de enseñanza media básica, es un problema que refleja no solo el rumbo que el mundo ha tomado (y así estamos, con sociedades contemporáneas deshumanizándose cada vez más), sino que debería indicarnos claramente la necesidad de recobrar la presencia de las disciplinas dotadoras de sentido en los sistemas educativos que forman a nuestras nuevas generaciones. Lo básico y elemental, digamos.