jueves, 17 de marzo de 2016

Violencia, inclusión y pérdida de autoridad

Estimados, comparto mi participación como invitado en el programa Esta boca es mía (canal 12) dedicado a la violencia en la sociedad, con particular hincapié en el sistema educativo.  En mis intervenciones, traté de poner el foco en tres puntos que considero claves: a) los vínculos familiares y la transmisión de valores deseables (que están deteriorados y se suman a una baja importante del capital cultural en el seno familiar), b) La inclusión en las instituciones educativas, que está fallando y generando un efecto contrario. c) La adolescentización del mundo adulto y la pérdida de los referentes de autoridad (no entendida como autoritarismo, sino como figura ética que oficia como guía y ejemplo deseable).

En link para ver mi participación es el siguiente: https://youtu.be/hxsu8LWQJr8


Y, como siempre, espero sus comentarios, de manera de continuar un debate que resulta vital

viernes, 11 de marzo de 2016

Aristóteles y la ética borrosa del Frente Amplio

Comparto mi columna publicada en el día ayer en el semanario Voces, en la pág. 5.

Aristóteles y la ética borrosa del FA

En su Ética a Nicómaco, Aristóteles nos lega un principio fundamental cuando señala que “Aun cuando el bien del individuo y el de la polis sean idénticos, es claro que ha de ser mayor y más perfecto alcanzar y preservar el de la polis, porque si es apetecible procurarlo para uno solo, es más hermoso y divino para las ciudades”, agregando que este principio, como el de todo su programa ético, debe completarse, debe realizarse, en la política.

Si la ética debe reflexionar sobre el accionar individual, el arte de la política implica cuidar del bien colectivo, de procurar los valores deseables para una comunidad. Por supuesto, una cosa lleva a la otra y he ahí su entrelazamiento, su complementariedad. Los individuos nos construimos como tales en la sociedad. Y la sociedad es tanto nuestro espejo como nosotros lo somos para ella. Así, por ejemplo, en una comunidad donde no existe un orden político justo, difícilmente podamos encontrar ciudadanos que aprecien la justicia social. Y viceversa. Y si no tenemos gobernantes íntegros, difícilmente podemos pretender vivir en una sociedad íntegra. O al menos, el mensaje será lo suficientemente difuso como para pretender tal integridad.

Los notorios últimos episodios que involucran al FA vuelven a poner en escena el viejo dilema de los fines éticos de la política, particularmente los relacionados con el accionar de las estructuras partidarias cuando ejercen el gobierno de la polis, o sea, cuando deben obrar en función del bien común y ya no por el del interés particular de su colectividad política y mucho menos por el de un integrante de la misma. En tal sentido, el caso Sendic, que implica una mentira a la ciudadanía sostenida en el tiempo por parte de nuestro Vicepresidente respecto de su formación académica, resulta paradigmático. Y la declaración de apoyo que resolvió dicha fuerza política es, por lo menos, una muestra latente de una encrucijada moral que el partido gobernante está atravesando y resolviendo de la peor forma posible.

Cuando el Plenario del FA emite el comunicado público de respaldo incondicional al vicepresidente de la República, excusándolo de un accionar reñido con lo éticamente deseable (la mentira no parece ser un valor que deba justificarse bajo ningún motivo, máxime cuando alcanza a figuras referentes de nuestra República y tiene un impacto público y de “enseñanza ciudadana” innegable), invierte -con agravantes, por supuesto- aquel principio fundamental aristotélico que subrayábamos al comienzo y genera un vínculo de espejos entre los individuos y los gobernantes que instala conclusiones ciertamente nocivas: la política se convierte en el arte de proteger al nuestro a toda costa, más allá de su accionar éticamente indeseable, la mentira es excusable y la culpa de los errores propios la tiene siempre el otro.

La falta de autocrítica y la victimización en favor de un interés particular que va en desmedro del interés colectivo cobran escena en la vida comunitaria y expresan valores donde los individuos nos vemos reflejados. El juego de espejos se torna un problema, tanto individual como colectivo.
El tema se complejiza aún más cuando el propio Presidente Vázquez declara públicamente su respaldo a Sendic y deja deslizar un breve pero claro ataque a la cobertura realizada por los medios, cayendo en la misma estrategia de la colectividad política que lo llevó al poder, o sea, culpar a los medios de comunicación y excusar a quién en los hechos actuó de manera incorrecta: su compañero vicepresidente. El Plenario del FA fue bastante más allá, cuando en su comunicado señala que: “Rechazamos la campaña desplegada por la oposición y diferentes medios de comunicación, destinada a menoscabar la imagen y credibilidad de integrantes de nuestro gobierno como así también debilitar la institucionalidad democrática del país. Expresamos la solidaridad al compañero Raúl Sendic ante el injusto y agraviante acecho y convocamos a la militancia a expresarse activamente en el respaldo a nuestro gobierno y al Frente Amplio mediante la movilización permanente.”
Aquél que miente es respaldado, quien denuncia la mentira es defenestrado. ¿Qué moralejas pueden sacar nuestros ciudadanos de esta forma de actuar en materia política?

La pregunta que se instala en lo inmediato refiere a saber si el FA seguirá echándole la culpa de todos sus errores a la prensa y la oposición, si las faltas éticas son siempre inventos ajenos, conspiraciones de terceros que siempre tienen malas intenciones, y si la moral es tan maleable como el lado del mostrador en que uno se encuentre. El poder decididamente parece influir en los principios éticos que mueven a una fuerza política. Se tiene unos principios y luego se pueden tener otros, según el interés particular en juego. Si resulta moralmente cuestionable la apelación al argumento de las "conspiraciones" como forma de eludir la asunción de actos indeseables, lo es aún más el de azuzar fantasmas de inestabilidad democrática en el afán de intentar salvar el pellejo político de uno de sus integrantes que ha cometido una falta.

El FA debería retomar aquel principio aristotélico que en algún momento de su historia -y de su práctica política- parece haber pregonado y puesto en acción. Hoy, el espejo nos devuelve otra imagen. Una imagen éticamente borrosa.