Estimados,
comparto mi proyecto
"Educación y capital cultural" (lo pueden leer completo en: http://cooltivarte.com/portal/proyecto-educacion-y-capital-cultural-del-prof-pablo-romero-garcia/ , que si bien está pensado para trabajarse fundamentalmente en Educación Secundaria, su propuesta
(particularmente en las actividades en concreto, que aparecen esbozadas al
final del texto, en la pág. 14 en adelante) podría adaptarse a otros niveles
educativos, ya sea en instituciones formales o no formales, públicas o
privadas, o llevarse adelante en Centros Culturales, grupos de reflexión y
producción, espacios y actividades de gestión cultural, etc,etc, en el marco de
una fundamentación mayor que tiene que ver con asumir y enfrentar el
déficit de capital cultural que estamos vivenciando quienes trabajamos en el
área de la docencia y la gestión cultural y que repercute finalmente en todas
la zonas culturales de la sociedad. En tal sentido, se plantean –por ejemplos-
prácticas dirigidas justamente a enriquecer la reflexión sobre el plano
de la cultura, condición previa para que en muchos casos luego se ponga en
funcionamiento la necesaria sensibilidad que arrime gente a actividades
culturales de toda índole. O sea, no solo generar reflexión, sino, a la par,
generar el público subjetivo. Instancias de
reflexión que busquen fomentar la inclusión ciudadana a partir de lo cultural,
desde un espacio que fomente el incremento del capital cultural de nuestra
gente. El rol educativo es central en tal tarea, por eso es que en la dupla
educación/cultura nos jugamos buena parte de nuestra suerte como sociedad. Y
esa tarea debe llegar a cada barrio de la capital,, a cada pueblito perdido del
interior, involucrando la mayor cantidad de personas posibles. Fallará toda política de gestión o proyecto técnico en
áreas como la educación y la cultura sino es abordada desde el concepto central
que es el del fortalecimiento del capital cultural, abordaje que requiere ir
más allá de la mirada meramente economicista o del modismo de la diversidad
carente de valoraciones. Una cultura de valores y valores culturales que
fortalezcan la idea de convivencia y bien común es la propuesta que debe
encabezar una política educativa que logre superar las actuales dificultades
(que son globales y suponen el signo de una época). Articularla y ponerla
finalmente en juego es el desafío por el que se debemos estar trabajando los
educadores y gestores culturales.
Mi idea al socializarlo es encontrar una mayor
cantidad de espacios y apoyos para su desarrollo, en la certeza de que puede
resultar un aporte positivo, que aunque mueva pequeñas olas, sumadas a otras,
pueden ir generando esa marea de cambios que estamos necesitando.
Transcribo las primeras líneas del proyecto,
con la esperanza de que resulte de interés y que quienes tengan tiempo y ganas
finalmente se arrimen a leerlo, esperando sus comentarios, invitaciones a
trabajar juntos, propuestas, contrapropuestas, etc.
“En la medida que todos realizamos (ya sea desde nuestro rol
familiar y/o profesional) conscientes o no de ello, una tarea que supone
recortar el mundo, tomar posiciones y decisiones que definen los valores
culturales deseables de comunicar y hacer visibles en una sociedad, se vuelve
central la dimensión ética de la labor cultural.
En tal
sentido, el sistema escolar es absolutamente clave, siendo un espacio
donde lo cultural -y lo político, en su sentido más amplio- juega un papel
central en el proceso social de producción de significaciones. En esta
perspectiva, el educador es concebido como un trabajador cultural y la
educación como una cultura política, y su tarea supone trabajar en torno a los
problemas directamente relacionados con la vida diaria de los sujetos y con su
capital cultural.
Y esta
tarea debe darse en el devenir de un contexto histórico donde, justamente, a la
actual disminución del capital cultural se asocia (como causa y consecuencia a
la vez) una modernidad “líquida”, en la cual se han dejado de lado los valores
de la modernidad “sólida”, fundada en los viejos pilares de la Ilustración,
motivo por el cual se vuelve vital reivindicar la necesidad de pensar,
haciéndolo desde la reactivación de los vínculos de cooperación y acción
colectiva. En tiempos donde el conocimiento ya no se asocia a la idea de
autorrealización ética vinculada al mejoramiento del colectivo, sino que parece
estar demasiado atado meramente a los vaivenes del mercado laboral y/o la
formación estrictamente técnica, los educadores debemos retomar fuertemente la
impronta humanística, centrándonos –entre otros puntos- en la perspectiva
aristotélica de “felicidad”, la cual presupone una faceta ética vinculada al
conocimiento y se basa en la autorrealización dentro de un colectivo humano,
adquiriéndose mediante el ejercicio de la razón que valora.
La
educación -inseparable del campo valorativo- tiene por finalidad principal -más
allá de otros papeles que le caben- el generar espacios de reflexión y acción,
espacios de la sensibilidad, que nos permitan alcanzar la felicidad colectiva,
el mejoramiento individual que redunde en el mejoramiento de la “polis”. La
gran función de la educación es mejorarnos como sujetos individuales y como
especie colectiva. Y, en este sentido, los educadores jugamos un rol
transformador en la definición de ese espacio de la cultura y la felicidad.
La educación es una forma de participación social y un espacio
vital de formación ciudadana y, por esto mismo, nunca es un espacio
políticamente neutral y siempre está en el centro de las tensiones que generan
los diferentes intereses que se ciernen sobre ella. Democracia y
educación se tornan palabras claves en nuestro contexto histórico-político y
urge el pensar la democracia como discusión pública y a las instituciones educativas
como parte de esos espacios públicos.
Desde este proyecto, desde su fundamentación y de las actividades
que se proponen, se impulsará la tarea ética/política del docente como educador
cultural y transformador de su contexto inmediato, en busca de aumentar el
capital cultural de los distintos actores que forman parte de su comunidad
educativa, en busca de consagrar aquella idea de felicidad colectiva que desde
la cuna de nuestra civilización planteaba Aristóteles.
Para ello, es necesario avanzar en la lectura de algunas claves de
nuestro tiempo y los desafíos que tiene tal tarea.” (Y hacia allí se dirige
luego la escritura del proyecto, paso previo a sus propuestas en concreto)