En estos días se presentó públicamente
el informe
del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed), que -entre otras cuestiones claves- deja al
descubierto que Uruguay es el país de la región con menor porcentaje de jóvenes
-de entre 18 y 20 años- en tener aprobado los doce años de educación formal. A su vez, el estudio remarca el hecho de que: “Hay ausencia de tareas que requieran reflexión
crítica, comprensión y argumentación". Y añade: “esto es
consistente con el reclamo de los estudiantes de falta de significatividad
(…)”. Resumiendo: una cifra importante de adolescentes
uruguayos no logran terminar los estudios secundarios y existe un marcado
declive en el terreno del pensamiento crítico, situación acentuada tanto por el
tipo de tareas que proponen los docentes,
como por la falta de sentido educativo que enuncian los alumnos. Falta de reflexión
y de sentido. Al respecto, hace poco escribí una nota (titulada ”Humanizar la
educación”), donde planteo justamente que esa carencia es uno de los ejes que deben
atenderse en lo inmediato, fortaleciendo el área humanística desde los últimos
años escolares y particularmente en el ciclo básico, en el marco de la
imperiosa necesidad que tenemos de revertir esta situación.
Y quisiera agregar algunas reflexiones
que complementan lo planteado en esa nota: al menos desde mediados de los 90’,
el sistema educativo apunta básicamente -desde su concepción de fondo- al
mercado laboral, descuidando, a la par, la formación humanística (y con ella a
sus cometidos universalistas y dotadores de sentido, que atiende sobre todo a
la formación ciudadana de cuño intelectual). Y no hablo estrictamente de los
contenidos curriculares de cada disciplina cuando me refiero a que el sistema
educativo medio apunta sobre todo al mercado laboral, sino –por ejemplo- al
objetivo de las constantes flexibilizaciones en la evaluación (que apuntan a
que los chicos terminen al menos un ciclo elemental de formación y puedan
insertarse en el ámbito laboral) y, en muchos casos, a las propias prácticas
docentes, que van en el mismo sentido, en tanto se ha derrumbado hace tiempo el
pensar que primeramente se está formando a ciudadanos que harán de nuestra sociedad
un espacio mejor. Ya no se forma pensando que esos chicos puedan llegar a ser
futuros universitarios, futuros profesionales. La masificación de los estudios
secundarios aniquiló la concepción de pensar este nivel de formación como el de
un espacio de formación pre-universitaria, como el espacio clave de los futuros
ciudadanos de impronta humanística y científica de nuestra comunidad. Y el precio a pagar por tal viraje está
resultando extremadamente alto. El discurso instalado es el de la importancia
de "al menos prepararlos para la vida cotidiana y/o el trabajo". En
tal sentido, lo que finalmente parece verse es que cada vez se exige menos, se
flexibiliza y se contextualiza más la educación que se imparte. Y los
resultados, aún en busca de ese objetivo, son contraproducentes. A su vez, a
esta orientación que ha tomado secundaria, se le agrega otra “exigencia social”,
igual de nefasta: el pedido de que se dicten contenidos que sean "atractivos"
para los alumnos, contenidos “divertidos”, lo que suele ir acompañado de esa
otra idea de que no todos son "genios" ni van a llegar a la
universidad, por lo cual habría que preocuparse por “atraparlos” con temas de
su “interés inmediato” y prepararlos para laburar cuanto antes. En los hechos,
esta forma de razonar ha resultado ser un desastre y ya forma parte de una
resignación naturalizada, que se fue dando en el propio cuerpo docente, incluso
en muchos de los que se plantan desde posiciones críticas a esta visión
educativa. Y el resultado es el que muy bien plantea el informe: "Hay
ausencia de tareas que requieran reflexión crítica, comprensión y
argumentación". Diría que lo que hay es unas cuantas generaciones consecutivas
que han ido perdiendo esas cualidades, vitales para toda democracia madura,
para el mejoramiento de toda sociedad.
El discurso por hacer una educación
"divertida", sin mucha carga “intelectualosa inútil”, en una sociedad
con amplias franjas con un caudal cultural muy bajo, termina causando estragos,
particularmente en los alumnos de liceos de menor nivel socio-económico, lo que
termina por reproducir la desigualdad, por disminuir las posibilidades de estos
chicos frente a aquellos que preparan a sus hijos en instituciones (sean
privadas o públicas pero con un alumnado apuntalado por un nivel familiar de
mayor formación intelectual) donde efectivamente se apunta a que la amplia
mayoría continúe sus estudios a nivel terciario, sin tener que apartarse
prontamente para ingresar al mercado laboral (y cuando efectivamente lo hacen,
ingresan con otras posibilidades, habiendo además formado su
"cabecita" de mejor manera).
Por esto mismo, cuando reclamamos que
en los liceos públicos preparen a los chicos con cosas "divertidas", con
cosas que no los "aburran", con contenidos que les puedan ser
"útil" en lo inmediato, no nos damos cuenta del error que estamos
cometiendo, de la medida en la que estamos colaborando en reproducir esa
desigualdad y en hipotecar parte de un posible mejor futuro para esos chicos.
A su vez, estos discursos suelen venir
de gente con formación, que generalmente busca para sus hijos otros objetivos.
Por lo tanto, cabría preguntar: ¿usted quiere que su hijo se
"divierta" en el liceo y lo preparen para "laburar" en lo
que sea o que -aunque por momentos le resulte "aburrido" y le
implique un esfuerzo, como lo supone casi todo los buenos logros que alcanzamos
en la vida- lo formen con solidez intelectual, para que sea un sujeto reflexivo
y continúe estudios terciarios? Lo que desee para su hijo, sería bueno que lo
deseara para todos. ¿O hay que asumir que muchos no van a llegar, por sus
contextos desfavorables y que, como "no les da la cabeza", hay que
desearles menos en cuanto a sus objetivos a la hora de transitar por el sistema
educativo? Si llegan o no, va más allá del esfuerzo que el sistema educativo de
secundaria debe hacer al respecto, pero su objetivo debe dejar de ser
principalmente el de formar para el ámbito laboral. Esa finalidad, en todo
caso, la deben tener como primordial otras instituciones de educación media,
sea la UTU o alguna otra, pero Secundaria debe recuperar su papel de formación
intelectual calificada, con un perfil científico/humanístico en armonía, en
equilibrio (hoy ese déficit está más acentuado en la formación en el área de
las disciplinas reflexivas, particularmente en el ciclo básico, producto de
todo ese discurso hegemónico que vengo planteando).
En este marco, la tarea docente parece
haber quedado vinculada a la acepción de la educación como un espacio de
homogeneización social, en buena medida subordinada a los parámetros de la
actividad económica/laboral. Mientras en el proyecto modernista la escuela
funcionó como un elemento civilizador de corte universalista, las reformas
educativas de los 90’ apostaron a lo local, al espacio más propio de los
sujetos involucrados en el hecho educativo, en tanto las palabras claves del
nuevo orden educativo pasaron a ser competitividad, eficiencia y eficacia. Reduccionismo a contenidos focalizados (que
reproducen las características particulares y no universales en la formación
intelectual, lo cual a la larga juega a favor de la reproducción de la desigualdad)
y un lenguaje en clave empresarial, que
suelen pregonar –palabras más, palabras menos- la amplia mayoría de los
técnicos expertos en educacion. El recetar que hay que formar para competir en
el mercado laboral y así insertar al país en el primer mundo, se ha convertido
en el slogan recurrente. Los resultados de esa mirada, que incluso la
propia izquierda -que en su momento fue tan crítica con esa agenda educativa de
los 90'- ha venido cultivando (el machacar de Mujica con formar en oficios y en
ciencias técnicas y el atacar permanentemente la formación humanística y
universitaria, es sintomática de esto que estoy señalando), son los que hoy padecemos. Si no
formamos debidamente la capacidad crítica de los jóvenes, difícilmente pasemos
de tener la capacidad de competir únicamente dentro de una cancha de fútbol. Incluso,
quienes somos docentes universitarios, sabemos muy bien respecto del bajo nivel
con que llegan –aún en ese nivel educativo- los alumnos en materia de
pensamiento reflexivo y capacidad argumentativa. El problema no es menor.
De algún modo, estamos frente al viejo
dilema que ya a mediados del siglo pasado se dio en nuestro país en instancias
de la creación del IPA (Instituto de Profesores Artigas) y lo que supuso en
cuanto a separar la formación docente para secundaria del ámbito universitario,
o sea, la histórica instancia del marco del "debate" entre Grompone y
Vaz Ferreira sobre los fines y cometidos de la educación secundaria, que a
larga generó un dramático tajo en nuestro sistema educativo. La masificación (bienvenida,
pero problemática para el sistema medio, que no ha podido responder de la mejor
manera ) y el apuntar al mercado laboral antes que a la formación intelectual y
la continuación de estudios superiores (más allá, insisto, de que efectivamente
se concreten por parte del alumno) ha terminado por instalar un sistema
educativo con unas carencias enormes en cuanto a su capacidad de elevar el
capital cultural de nuestros alumnos, sumado a un contexto de época que en nada
ayuda. Retomar la especificación señalada líneas arribas, el sentido educativo que
Secundaria nunca debió haber perdido, se vuelve imperioso y es el objetivo que
debemos plantearnos tanto educadores como autoridades educativas vinculadas a
este nivel formativo.